viernes, 6 de junio de 2008

La frustración de Pedrito Gonzalez

Era inútil. Pedrito Gonzalez jamás lo lograría. Pasaba lo mismo todos los veranos. Y ahí estaba, sin embargo, paradito al borde de la pileta, los brazos bien pegaditos al cuerpo. Sus puntas de los dedos del pie, dudosas. Había pasado un cuarto de hora y ahí seguía Pedrito, firme y compenetrado, la mirada fija en el agua, hasta que cerró los ojos. Respiró hondo y apretó sus puños. Parecía como si estuviera rezando por todos los habitantes del mundo. Y abrió sus ojitos, bien grandes. Ese ruido era su mamá.
Gloria acababa de apagar el motor del auto cuando se apareció Pedrito. Le pellizcó, como siempre, los cachetes y le pidió que la ayudase a sacar las compras del baúl de aquella inmensa Zafira. Ahí fue que Pedrito se enteró del asado que se estaba por celebrar en su casa para agazajar a los Medrano, a los Alcorta y a los Medina Sanz.
¡ Estúpido, estúpido, estúpido!, pensaba Pedrito mientras su madre le daba las bolsas no tan pesadas y el pack de latas de cerveza, a la vez que le decía ponete contento che, que vienen Joaquín y Gonzalo y las mellis Medrano.
Dejó Pedrito los bártulos en la cocina y entró al toilette, al lado de la escalaera. Se miró fijamente en el espejo. Idiota. Casi que se le llenan los ojos de lágrimas, pero no: Idiota y encima maricón ya era demasiado. Se distrajo porque escucho la puerta de entrada abrirse y el grito de su papá: ¡Buen dia familia! Y para cuando Pedrito salió del baño ya estaba su padre nadando en la pileta. Y claro, después de una mañana de Golf intensa y de un próximo almuerzo multitudinario donde era él el asador, necesitaba relajarse en la pile, pensó Pedrito.
Entre la 1 y la 1. 30 de la tarde fueron llegando todos los invitados con botella de vino unos, helado de Freddo otros y masitas para el café los últimos. Los niños ni lo dudaron. Se quitaron sus ropitas, las dejaron desperdigadas por el pasto y ¡plaf! se tiraron a la pileta, esquivando las palabras de sus madres: ¡el protector, todavía no te puse el protector!
Ni caso. Ahí estaban todos, bañándose a los gritos, fanáticos. Pero la felicidad alguna vez se termina, Pedrito. Y mientras adoraba las patas flacas de Lucía que hacía la vertical submarina, pasó lo tenía que pasar. Joaquín hizo el salto mortal, perfecto, y en frente Gonzalo se lanzó al agua, perfecto también con otra mortal impresionante. Se tiraban, nadaban hasta el borde, trepaban y se volvían a tirar. Pedrito salió del agua y corrió antes que se dieran cuenta, al baño, dejando sus huellas mojadas.
Nuevamente frente al espejo, odiándose. ¡ Ayyyyy! Qué tonto era. Se contuvo las lágrimas por segunda vez en el día y salió cuado escuchó la voz de su madre. ¡ A comer!
Durante el asado los niños masticaban sus patys y mucho no hablaban. Pedrito ya estaba pensando en el segundo chapuzón después del asado, en cómo evitar la mortal, en la excusa más factible, en que Lucía no se percatara de lo estúpido que soy y los chicos tampoco, para que no me burlen, en cualquier cosa que disimule el fracaso más grande de su vida. Muy preocupado estaba Pedrito.
Y de repente apareció Sucrán, el perro de los vecinos, en busca de su ración habitual. Los padres interrumpieron su charla sobre el nuevo socio del club que poco entendía de Golf pero mucho de negocios, para darle al perro un chorizito sobrante y bastantes huesos. A lo lejos divisaron a Miguel, sin duda en busca de su mascota, y empezaron a llamarlo. No hay caso, esta cada día mas sordo este tipo. ¡ Migueeeel!
Y en ese momento pasó lo que Pedrito no se temía. Gonzalo se puso dos dedos en la boca y chifló. ¡Qué potente el chiflido! Obviamente que Miguel se volteó al escucharlo y obviamente que Lucía miró a Gonzalo, encantada, admirándolo. Y Pedrito vio como su hermana le tocaba la pierna, como entendiéndola. Entonces, se excusó y se dirigió al baño.
Otra vez su imagen en el espejo, estática. Trató de chiflar. Olvídalo Pedrito. Lo tuyo es silbar, lo tuyo es tirarte de palito. Se rindió. Bajó la tapa del inodoro y se sentó encima. Qué duro era tener que asumir un segundo fracaso en el mismo día. Y ahí no más, encerradito en el toilette al lado de la escalera, Pedrito Gonzalez, con 10 años encima, pensó que no servía para nada. Y esta vez sí que lloró.

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