viernes, 30 de mayo de 2008

Bolivia sin tí

Ella andaba, bolivianisima andaba, llena de preocupaciones. Cargaba una raqueta de tennis y una mochila de High School Musical. En su mano la manita tan blanca, tan pequeñita de Luisita. Hacía calor y sus preocupaciones parecián más pesadas, como que se le acumulaban toditas todas en la parte frontal de la cabeza, justo en la frente. Y sudaba. Luisita, siempre preguntona, atacaba indagando sobre Ayelen y Julito y cuando vendran, a que se la van a pisar pipa cuando lleguen, podrán jugar al tennis conmigo, puede dormir Ayelen en mi cuarto y más y más y más preguntas.
Llegaron las dos, finalmente, al Club de Campo Villa de Madrid. Luisita cogió su mochila y salió disparada por el caminito adoquinado, el principal, bordeado por acacias y esos arboles inmensos que huelen tan bien. Sonó el móvil. Era la señora que quería saludar a la nena y recordarle que hoy no podía quedarse jugando con sus amiguitas del club, porque mañana tiene un examen muy importante ¿comprende Isabel?. Sí, señora, comprendo. La chola corrió, le pesaban sus 92 kilos, su trenza larga y espesa y el rayo del sol era fulminante, toda ella empapada en sudor. ¡Luisita, Luisita, tu mami te quiere hablar! La alcanzó cuando estaba ingresando al vestuario de niñas.
Mientras la niña jugaba su partido con el profe Michael y sus compañeritas, Isabel charlaba con las otras cuidadoras. Estaban sentadas en sillas de plástico blancas a la sombra de un roble gigante. En realidad, Isabel no conversaba. Ella estaba presente pero no participaba porque su cabeza era un ir y venir de cuestiones que no la dejaban en paz. Si Ayelen pudiera conseguir otro trabajo en Pucaraní. Con un buen sueldo más el dinero que yo le envío...Ahi sí que podría ahorrar unos cuantos bolivianos y comprar un pasaje de esos baratos. ¿Pero y Julito?
Su hermana no tenía buena voz cada vez que hablaban. El niño no andaba bien. Isabel lo escuchaba lejano, casi irreconocible. Quizás se había vuelto tímido. Es que ya habían pasado 2 años. ¡ Pobrecito ! Su hermana decía que el muchachito se ponía pálido y vomitaba frecuentemente. Ayelen le contó que Julito andaba bizqueando, pero mucho más no decía. Seguramente para no preocuparme, pensaba Isabel. ¡ Cómo se le estrujaba el corazón y se le fruncía el ceño a Isabel! Se tapó con las dos manos la cara y disimuladamente, se enjugó las lagrimas. Algo tenía que hacer.
Ya eran las 6. Luisita fue corriendo hacia donde estaba Isabel. ¡ Le pegué 3 veces de revés, 3 veces Isa! La niña, coloraditos los cachetes, saltaba de alegría. Isabel le dio un besazo en la mejilla rojiza y le acomodó el peinado. Salieron enseguidita y cogieron un taxi. ¡ No quiero estudiar Isa! ¿ Y si me hago la enferma? Todo el trayecto estuvo Luisita clama que te clama con ocurrencias disparatadas para esquivar el estudio de los planetas. Llegaron. ¡Hola cariño! Anda, sube que ahora Isabel te va a dar un baño y luego bajas para estudiar vale? Pero mama. Anda cielo, ve.
En la bañera, Luisita se quejaba. No había podido contarle a su madre lo de los 3 reveces. ¡ Mi madre casi ni me dejó hablar! Isabel, con la cabeza en otro lado, seguía fregándole el cuerpecito con la esponja. Ya limpita y perfumada y con su pijama preferido, Luisita bajó, protestando.
Antes de que entrara al escritorio del señor, Isabel le pidió a la señora salir un ratito a hacer una llamada. Claro Isabel, vaya, vaya. Esta muy rara esta mujer, como ida últimamente. ¡ Vaya uno a saber!
Isabel entró al locutorio más cercano y marcó su teléfono, llena de palpitaciones. Atendió Ayelen. Que que bueno que llamas mamita, que tengo una buena noticia, que he conseguido un trabajo muy bueno mamita, en en La Paz mamita, me mudo a lo de la tía Eugenia, si, tareas administrativas dicen que es, estate tranquila, que ahora tendrás que eperar 6 mesesitos no mas y ya estamos ahi con el Julito, que todo esta bien mamita. Isabel lloraba de la emoción, sonreía y lloraba. Salió feliz, y encantadora se soltó la trenza, como si los problemas se fueran también al desatarla.
Se acordó que en agosto cobraraba su aguinaldo. A lo mejor en 4 meses pueden estar aquí.Pensó en Julito. ¡ Aqui en España opdría acceder a la seguridad social gratuitamente! Ya se iba a corregir su extravismo, ya se le irian los vomitos y la palidez. Caminó con prisa. Abrió la puerta de la casa tan paqueta y Luisita salió a su encuentro. ¿ Tú estas bien Isa, verdad? ¿A que te encuentras bien no? La niña no soltaba la pierna de su cuidadora.
¡Hombre, claro!, dijo Isabel y miró a la señora, parada en el medio de las dos puertas corredizas que separaban escritorio y hall principal. La señora sonrió, inocomoda. ¡ Mis niños llegan en menos de 6 meses! Luisita abrazó con fuerza la pierna. Isabel se agachó y le dijo: ¡ Por fin los vas a conocer, mi niña!
Y le besó la frente.

domingo, 18 de mayo de 2008

Invierno crítico

Volvió a bajarse el gorro de lana para que le tape mejor las orejas. Buscó en su cartera una carilina. Ya era la quinta que sacaba y le quedaba sólo una. "Mas vale que llegue ya", pensó mientras se sonaba los mocos.
Vista desde la acera de en frente, aquella jovencita era un pequeño cuerpecito anudado y refugiado en la parada del 152. La gente, sin embargo, andaba sin mirarse, mezclándose con la otra gente, cada uno inmerso en sus pensamientos, planes, problemas, y todo tipo de individualismos. Todos iban abrigados. El termometró debería estar marcando 6 grados en esa tarde del mes de julio.
Clara no llevaba reloj pero calculaba unos 20 minutos desde que llegó. Se había olvidado su libro en casa de Manuel y no tenía con qué distraerse, asique se fue adentrando en los últimos acontecimieintos de su vida, en aquella montaña rusa imprevista en la que estaba metida.
El cuarto "bochazo" de su carrera la tenía bastante preocupada, pero lo que más la angustiaba era la situación socio-económica por la que estaba atravesando. ¡Eso sí que era un contratiempo! Su casa estaba por ser entregada a sus nuevos dueños (que odio les tenía, apropiarse de su hogar), su padre todavía seguía desempleado, su madre retomó su vieja labor de costureraenmiendoloquesea para dar una mano, su hermano, siempre ajeno, disfrutaba de su nueva vida en North Carolina y ella, Clarita, había empezado a trabajar como recepcionista en un consultorio médico porque ya no era posible pedirle dinero a papá. ¡ Y pensar que hace unos meses se paseaba por esta misma calle en su Hyundai azul marino con vidrios polarizados!
Una señora gorda, de tobillos anchos y zapatos gastados se sentó a su lado. Llevaba guantes violetas y un saco a cuadros de gabardina estropeada que le llegaba hasta los anchos tobillos. Se veía arrugada, cansada, perdida y olía a producto de limpieza.
Pensó en Marina, su vecina de toda la vida. Trato de imaginarsela sentada en el medio de ellas dos. Imposible. Marina era distinta. Con sus botas de gamuza, sus aros de perla y sus uñas perfectas, Marina jamás se subiría a un colectivo. De hecho, no le gustaba rodearse de personas que sí se subían a ellos. Hace unos meses, desde la repentina decadencia ecónomica familiar, sus gestos eran más forzados, sus miradas más esquivas y sus saludos menos frecuentes. ¡Qué estúpida frivolidad la gobernaba!
Clara estaba pensando en todo lo que rescataba de este cambio abrupto en su vida, en los buenos amigos que había hecho durante este tiempo (Manuel era uno de ellos, o más), en...llegó el autobús. Sintió el calor de los cuerpos al subir y encontró un lugar al fondo. Le quedaban 40 minutos de viaje y sabía que su mente también iba a viajar. Empezó a cavilar sobre el estilo de personas Marina Suarez Rey y el estilo de personas como la señora del saco cuadriculado y los guantes violetas que olía a producto de limpieza.

sábado, 17 de mayo de 2008

Susana Salada

Susana protestaba. Su jueves había sido fatal. El principal motivo era: madrugar un feriado. En Madrid se celebraba San Isidro y las calles estaban desnudas. Encima había mucho viento. (¿Por qué hace frío en mayo?) Se dirigío a la casa de su primer alumno: Corentin. Aquel niñito francés de 6 años de edad era una efervescencia dulce y a la vez, insportable. Luego de soportar una hora y media de lectura, pronunciación, horcados, abrazos violentos y payasadas multiples, Susana partio a Las Rozas donde la esperaban no un niñito de 6 años, sino una docena de niñitos de 6 años, de caritas expectantes, alaridos constantes y una hora para lograr entretenerlos en su clase de inglés. Claro, en la periferia de la ciudad no se celebraba al santo Isidro. La dinámica surtió efecto y los niños estuvieron participativos y equilibrados. Afortunadamente, el autobús no tardo en llegar y allí Susana durmió la siesta que se merecía. Había dormido 4 horas. Su novio, Luis, la había despertado esa madrugada, nauseabundo y un poco afiebrado, asique partieron al hospital más cercano donde le hicieron el electrograma y las típicas preguntas pertinentes. Tiene diarrea, cuántos vómitos, qué temperatura, dónde le duele y lo que sigue. Se despertó en el intercambiador de Moncloa y tomo el metro, 9 estaciones hasta Diego de León, que le sirvieron de repaso para la clase que le esperaba. Leyó las hojas que había preparado para Bacilio, el jovencito de patillas largas que espera aprobar el examen de la semana próxima en la Complutense. Otra hora y 30 minutos, pero llevados de otra manera. Esta vez no había que imponer autoridad ni corregir con marcador rojo y caritas felices. Esa noche, aceptó ir a las Vistillas y cansinamente, partió con Luis y el padre de éste. Anduvieron a paso lento por la peatonal que abarca el Palacio Real al costado y llegaron cuando el concierto había terminado. Había resabios de figuras juveniles con cerveza en mano y mucho olor a porro. Una lástima perderse a la banda musical...
Pero el viernes sería otro día y tambien habría celebraciones y música por doquier. Recuperada y ya despojada de clases, Susana se pasó el viernes caminando por la Gran Vía, visitando librerías, bibliotecas y tiendas diversas. En la calle Orense visualizó un Starbucks y se detuvo. "Hoy es el día", se dijo para sus adentros. Ya habían pasado 5 meses desde su llegada a España y todavía no se había dado el gusto de tomarse el café más delicioso de todos los tiempos. Pagó 4 euros, 40 centimos por su café caramel medium size y espero a que la llamen por su nombre. Inhalo el aroma, y se fue sin probarlo, encantada de llevar en sus manos aquel café portatil. Orgullosa de merecerlo. Entró en la casa de su suegro, a 30 metros de la cafetería. Allí estaba su novio, instalando la nueva biblioteca del escritorio de su padre. "Mirá lo que tengo", le dijo Susana enseñandole el vasoimagenvisual de la compañía. "Habra azucar, verdad?, preguntó ansiosa Susana. "Como no, en la cocina", dijo Enrique. Con mucha ilusión, le echó una gran cucharada y sorbió. Le subió el vómito y escupió el glorioso café de 4 euros, 40 centimos en la pileta de la cocina de sus suegros. ¿Cómo podía ser posible que le hubiera echado sal en vez de azúcar? Miró el vaso, lleno, casi intacto. ¡Que ironía! Ahí quedo su recompensa, su ilusión, completamente salada.
Por la noche comió pizza y partió denuevo a las Vistillas. ¡Esta vez si! El escenario ya estaba vacío pero la gente se multiplicaba por las escaleras y la plaza y el pasto y la fuente. Se encontró con amigos, conoció gente nueva, bebió cerveza y mojito cubano (¿cubano?), bailó al son de trompetas rimbombantes y tambores y agitaciones de cuerpos aledaños. Sonrío para la foto que le estaba por hacer Luis. Fue un viernes festivo y simpático. Atrás quedaba el maldito english coffee con sabor a sal y caramelo.