martes, 10 de junio de 2008

La chica del rodete

Se hartó del olor a acrílico penetrante y de los alumnos de pintura de su madre que entraban y salían y molestaban. Entonces cogió sus resúmenes y sus apuntes, el estuche nuevo y se fue, por primera vez, a la biblioteca.
Mariano tenía que preparar una materia clave en su carrera: Estadística Aplicada. Y le costaba bastante concentrarse. Sentado en la cabecera de la última mesa, al lado de la ventana, pensó que aquel edificio imperioso por fuera y silencioso por dentro, era el lugar ideal para aprender de una vez por todas de que se trataba esto que parece tan jodido.
Venía bien los primeros días. Llegaba religiosamente a las 3 de la tarde y nadie intercedía entre su mente y las hojas que tenía en frente. Además, estaba equipadísimo. Su novia le había regalado resaltadores de todos los colores, lápices de mina, regla, biromes de repuesto y hasta liquid paper. A ver si con esto te inspiras gordo, le había dicho ella con esa cara que delataba todo lo que le irritaba la prolongada inestabilidad facultativa de su novio y futuro marido.
Pero todo empezó a desacomodarse cuando la vio. La chica del rodete que se sentaba en la tercera mesa empezando por la izquierda, era magnifica. Por su forma de vestirse, sus uñas despintadas, su cara lavada y su bolso colorido, Mariano sospechaba que la chica era más bien intelectual, bohemia, más bien estudiante de letras. Y lo cierto era que la sola presencia de la chica del rodete era mucho más fuerte que el olor a pintura y el impedimento para concentrarse mucho más grande.
Pasó naturalmente de la siguiente manera: la primera semana la detectó, la segunda la miró mucho y la tercera se desespero de amor. Habían tenido un único contacto la vez que Mariano lanzó disimuladamente uno de los resaltadores cerca de ella para que lo levantara y se lo diera y se miraran, aunque sea. La maniobra era pésima, pero a él le había servido para mirarla a los ojos.
La mañana de la víspera de su examen y con más conocimientos acerca del perfil de la chica del rodete que de formulas matemáticas, Mariano ingresó a la biblioteca. Escuchó detrás de él un ¡Hola! proveniente de la calle y cuando se dio vuelta vio a la chica del rodete que lo saludaba con una mano y con la otra sostenía la correa para que el bulldog no se mueva tanto. ¡Nos vemos en un rato! ¡Como siempre! Le dijo sonriendo.
Mariano, muy mal, sonrió apenas con una mueca bajando la cabeza. Subió la escalera principal puteándose para sus adentros. Ni se percató de lo tierno del gesto, de la simpática sonrisa de la chica del rodete. Se sentó a estudiar sabiendo que lo único que quería era verla llegar.
Apareció a eso de las 5 de la tarde, luminosa, y lo saludo desde su mesa, mientras acomodaba su cosas. El estuvo mejor, desde el fondo, la sonrisa más amplia. Bajó la mirada sin hacerle caso a sus hojas resaltadas. En cambio, estuvo más de una hora observando ese perfil, pensando en ella, la chica del rodete. Siguió adorándola hasta que vio que ella se levantaba y recogía sus cosas. Se va carajo. Se olvida el paraguas, bien.
Guardo sus cosas, torpemente, en la mochila. Se le cayeron las minas, se le arrugaron las hojas, todo apurado se colgó la mochila abierta, se chocó con la punta de la mesa, pidió disculpas, cogió el paraguas y corrió escaleras abajo, salteándose escalones. La chica del rodete había pegado la vuelta y justo se chocaron de frente. ¡Ay! Empezaron a hablar a la misma vez uno encima del otro, ni se entendían. Perdón, estaba volviendo. Te traje el paraguas. Gracias, que tarada. Menos mal. Todo bien. Trueno.
Estaba diluviando y la gente se acomodaba en la entrada del edificio. La chica del rodete le propuso a Mariano compartir paraguas si es que vas para ese lado y el dijo que sí, que claro, que gracias olvidándose por completo de la estadística aplicada.
Caminaron dos cuadras hablando de los estudios y Mariano metió un pie en un charco. Se empapó. Se quiso morir, por qué soy tan torpe, pero ella dijo que estaría bien entrar a la cafetería de en frente y esperar a que pare un poco.
Se puso feliz y contento Mariano, con su pie ahogado en el mocasín. Entró el primero. Ella vio que se asomaba un paraguas dentro de su mochila abierta pero no dijo nada. Se sentaron en una mesita, esta vez rodeados de gente que sí hablaba. Entonces él la miró y descubrió que tenía hoyuelos. ¡Que nunca deje de sonreír, por favor! Y se dio cuenta de que no sabía su nombre. La chica del rodete cobró más vida todavía cuando mirándolo a los ojos, incendiándolo, le dijo: “Paula”.

viernes, 6 de junio de 2008

La frustración de Pedrito Gonzalez

Era inútil. Pedrito Gonzalez jamás lo lograría. Pasaba lo mismo todos los veranos. Y ahí estaba, sin embargo, paradito al borde de la pileta, los brazos bien pegaditos al cuerpo. Sus puntas de los dedos del pie, dudosas. Había pasado un cuarto de hora y ahí seguía Pedrito, firme y compenetrado, la mirada fija en el agua, hasta que cerró los ojos. Respiró hondo y apretó sus puños. Parecía como si estuviera rezando por todos los habitantes del mundo. Y abrió sus ojitos, bien grandes. Ese ruido era su mamá.
Gloria acababa de apagar el motor del auto cuando se apareció Pedrito. Le pellizcó, como siempre, los cachetes y le pidió que la ayudase a sacar las compras del baúl de aquella inmensa Zafira. Ahí fue que Pedrito se enteró del asado que se estaba por celebrar en su casa para agazajar a los Medrano, a los Alcorta y a los Medina Sanz.
¡ Estúpido, estúpido, estúpido!, pensaba Pedrito mientras su madre le daba las bolsas no tan pesadas y el pack de latas de cerveza, a la vez que le decía ponete contento che, que vienen Joaquín y Gonzalo y las mellis Medrano.
Dejó Pedrito los bártulos en la cocina y entró al toilette, al lado de la escalaera. Se miró fijamente en el espejo. Idiota. Casi que se le llenan los ojos de lágrimas, pero no: Idiota y encima maricón ya era demasiado. Se distrajo porque escucho la puerta de entrada abrirse y el grito de su papá: ¡Buen dia familia! Y para cuando Pedrito salió del baño ya estaba su padre nadando en la pileta. Y claro, después de una mañana de Golf intensa y de un próximo almuerzo multitudinario donde era él el asador, necesitaba relajarse en la pile, pensó Pedrito.
Entre la 1 y la 1. 30 de la tarde fueron llegando todos los invitados con botella de vino unos, helado de Freddo otros y masitas para el café los últimos. Los niños ni lo dudaron. Se quitaron sus ropitas, las dejaron desperdigadas por el pasto y ¡plaf! se tiraron a la pileta, esquivando las palabras de sus madres: ¡el protector, todavía no te puse el protector!
Ni caso. Ahí estaban todos, bañándose a los gritos, fanáticos. Pero la felicidad alguna vez se termina, Pedrito. Y mientras adoraba las patas flacas de Lucía que hacía la vertical submarina, pasó lo tenía que pasar. Joaquín hizo el salto mortal, perfecto, y en frente Gonzalo se lanzó al agua, perfecto también con otra mortal impresionante. Se tiraban, nadaban hasta el borde, trepaban y se volvían a tirar. Pedrito salió del agua y corrió antes que se dieran cuenta, al baño, dejando sus huellas mojadas.
Nuevamente frente al espejo, odiándose. ¡ Ayyyyy! Qué tonto era. Se contuvo las lágrimas por segunda vez en el día y salió cuado escuchó la voz de su madre. ¡ A comer!
Durante el asado los niños masticaban sus patys y mucho no hablaban. Pedrito ya estaba pensando en el segundo chapuzón después del asado, en cómo evitar la mortal, en la excusa más factible, en que Lucía no se percatara de lo estúpido que soy y los chicos tampoco, para que no me burlen, en cualquier cosa que disimule el fracaso más grande de su vida. Muy preocupado estaba Pedrito.
Y de repente apareció Sucrán, el perro de los vecinos, en busca de su ración habitual. Los padres interrumpieron su charla sobre el nuevo socio del club que poco entendía de Golf pero mucho de negocios, para darle al perro un chorizito sobrante y bastantes huesos. A lo lejos divisaron a Miguel, sin duda en busca de su mascota, y empezaron a llamarlo. No hay caso, esta cada día mas sordo este tipo. ¡ Migueeeel!
Y en ese momento pasó lo que Pedrito no se temía. Gonzalo se puso dos dedos en la boca y chifló. ¡Qué potente el chiflido! Obviamente que Miguel se volteó al escucharlo y obviamente que Lucía miró a Gonzalo, encantada, admirándolo. Y Pedrito vio como su hermana le tocaba la pierna, como entendiéndola. Entonces, se excusó y se dirigió al baño.
Otra vez su imagen en el espejo, estática. Trató de chiflar. Olvídalo Pedrito. Lo tuyo es silbar, lo tuyo es tirarte de palito. Se rindió. Bajó la tapa del inodoro y se sentó encima. Qué duro era tener que asumir un segundo fracaso en el mismo día. Y ahí no más, encerradito en el toilette al lado de la escalera, Pedrito Gonzalez, con 10 años encima, pensó que no servía para nada. Y esta vez sí que lloró.