domingo, 18 de mayo de 2008

Invierno crítico

Volvió a bajarse el gorro de lana para que le tape mejor las orejas. Buscó en su cartera una carilina. Ya era la quinta que sacaba y le quedaba sólo una. "Mas vale que llegue ya", pensó mientras se sonaba los mocos.
Vista desde la acera de en frente, aquella jovencita era un pequeño cuerpecito anudado y refugiado en la parada del 152. La gente, sin embargo, andaba sin mirarse, mezclándose con la otra gente, cada uno inmerso en sus pensamientos, planes, problemas, y todo tipo de individualismos. Todos iban abrigados. El termometró debería estar marcando 6 grados en esa tarde del mes de julio.
Clara no llevaba reloj pero calculaba unos 20 minutos desde que llegó. Se había olvidado su libro en casa de Manuel y no tenía con qué distraerse, asique se fue adentrando en los últimos acontecimieintos de su vida, en aquella montaña rusa imprevista en la que estaba metida.
El cuarto "bochazo" de su carrera la tenía bastante preocupada, pero lo que más la angustiaba era la situación socio-económica por la que estaba atravesando. ¡Eso sí que era un contratiempo! Su casa estaba por ser entregada a sus nuevos dueños (que odio les tenía, apropiarse de su hogar), su padre todavía seguía desempleado, su madre retomó su vieja labor de costureraenmiendoloquesea para dar una mano, su hermano, siempre ajeno, disfrutaba de su nueva vida en North Carolina y ella, Clarita, había empezado a trabajar como recepcionista en un consultorio médico porque ya no era posible pedirle dinero a papá. ¡ Y pensar que hace unos meses se paseaba por esta misma calle en su Hyundai azul marino con vidrios polarizados!
Una señora gorda, de tobillos anchos y zapatos gastados se sentó a su lado. Llevaba guantes violetas y un saco a cuadros de gabardina estropeada que le llegaba hasta los anchos tobillos. Se veía arrugada, cansada, perdida y olía a producto de limpieza.
Pensó en Marina, su vecina de toda la vida. Trato de imaginarsela sentada en el medio de ellas dos. Imposible. Marina era distinta. Con sus botas de gamuza, sus aros de perla y sus uñas perfectas, Marina jamás se subiría a un colectivo. De hecho, no le gustaba rodearse de personas que sí se subían a ellos. Hace unos meses, desde la repentina decadencia ecónomica familiar, sus gestos eran más forzados, sus miradas más esquivas y sus saludos menos frecuentes. ¡Qué estúpida frivolidad la gobernaba!
Clara estaba pensando en todo lo que rescataba de este cambio abrupto en su vida, en los buenos amigos que había hecho durante este tiempo (Manuel era uno de ellos, o más), en...llegó el autobús. Sintió el calor de los cuerpos al subir y encontró un lugar al fondo. Le quedaban 40 minutos de viaje y sabía que su mente también iba a viajar. Empezó a cavilar sobre el estilo de personas Marina Suarez Rey y el estilo de personas como la señora del saco cuadriculado y los guantes violetas que olía a producto de limpieza.

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