viernes, 12 de abril de 2013

London calling

El 2013 vino en forma de misil. Yo le agradecí al 2012 todo lo vivido en España, le pedí que hiciera algo para que ese país no se destruyera y me vine, otra vez, a Buenos Aires. Era diciembre y nunca imaginé lo que está pasando. Un cuarto del año ya se extinguió, listo, se esta yendo en el próximo suspiro. Y de repente, en vez de pensar qué barrio de esta ciudad gigante me gusta para instalarme de una vez por todas, estoy pensando en cuántas maletas podré llevar en el avión que me lleva a Londres en dos semanas. Otra vez, un avión, otra vez, un destino europeo, otra vez, sin pasaje de vuelta. Y todo por culpa del amor. Porque un día se me ocurrió mandarle un mail a un chico que había conocido un fin de semana de verano en Camden Town, y ese impulso movilizó la cadena de acontecimientos que hoy me encuentran de esta manera. Un mail, luego la respuesta, luego muchos mails, canciones, películas, pensamientos de mentes enredadas, todo corría a través de Internet y así, modernamente, se encontraron dos almas. Así, él visitó Madrid. Así, noviembre se llenó de flores en las cabezas de dos seres que sólo, sólo, habían bebido dos cervezas en un pub londinense, varios meses atrás. Como el guión de esas comedias románticas que odiamos y adoramos a la misma vez, hicimos un contrato mitad en inglés mitad en español en una servilleta de La Central. Habíamos pasado 4 días juntos y nos comprometíamos a volver a vernos, dentro de seis meses, en algún lugar del mundo. Firmamos, pagamos el café, caminamos por Fuencarral y en la boca del metro Tribunal nos dimos un beso de despedida. Hacía frío pero no nos importaba. El delirio de los días españoles encendió esa llama que los dos teníamos escondida en algún escondite del cuerpo y empezamos a planear un viaje por Argentina. Nos hicimos amigos del Skype y él decidió tomarse vacaciones. Después de dos meses y medio de la servilleta, yo me subía al auto para llegar al aeropuerto de Ezeiza y esperar al chico del pub londinense. A pesar del calor que apretaba el clima esa noche de febrero y del tiempo que hacía que no nos veíamos, nos besamos y dijimos: vamos a exprimir lo que queda del mes. Y no se nos ocurrió mejor idea que sacarnos un pasaje a Salta y descansar frente a las montañas del noroeste argentino. Viajamos horas y horas por la quebrada de Humahuaca y llegamos hasta Iruya, que sin exagerar, es mi lugar en el mundo. Metidos adentro de ese pueblo inverosímil a miles de kilómetros de altura, no sabíamos hacer otra cosa que no tuviera la forma del amor. Hasta nos tocó tormenta, que la veíamos desde la ventana de nuestra habitación en la terraza de una casa alta. Todo el cielo iluminado para nosotros. Ese paisaje nos atravesó. Ya estábamos enamorados. Y qué podíamos hacer más que echarnos a reír y aceptar que las historias de amor pueden con todo, que el poder de dos corazones que se encuentran cuando tienen que encontrarse, es, como decirlo, inquebrantable. Y así, con ese armamento nuevo, nos volvimos a Buenos Aires. Éramos novios. Y el océano todavía no nos preocupaba en absoluto. Marzo llegó con lluvia y todo el cielo parecía decirme que una vez que lo dejara a él en el aeropuerto, tenía que refugiarme en un cuarto a digerir lo que había pasado, a recordar ese ir y venir de mails, esas apariciones de él en Madrid y la más larga, intensa y reciente: la de Argentina. Me desinflé unos días pero después de los Skypes pertinentes dije sí, lo tenés que hacer, cuida tu corazón que tan mierda te lo hicieron, curalo, andate. Y decidimos cargar con el peso que la historia nos pedía: vivir juntos, un tiempo, nadie sabe cuánto, en Londres. Me convencí, junté algo de dinero, respiré hondo, busqué trabajo de niñera, lo encontré, apreté los labios, sonreí sin mostrar los dientes y acepté que dejar,otra vez, mi país, es duro y un tanto frustrante, pero que si el motivo que me empuja a moverme es el amor, todo lo duro y frustrante se termina esfumando. Hay un chico que me quiere adentro de un piso a pocas cuadras del bar donde nos conocimos, en una ciudad fantástica, esperando que llegue y ocupe ese lado de la cama, al lado de él, cerquita de él, hasta que nos quedemos dormidos. Lo único que tengo que hacer es guardar más de un impermeable en la maleta, practicar el inglés y prepararme para cruzar la calle atenta a lo me indiquen las letras del asfalto: LOOK RIGHT o LOOK LEFT. Todo lo demás, pareciera decirme el universo desde que empezó el 2013, va a sostenerse en el amor. Todo lo demás, sounds good. 

4 comentarios:

Charlie Knox dijo...

Me emocionó mucho este relato. Te deseo la mejor de las suertes allá.
Arremete, ¡viajera!
Abrazo

SOWIE ♥ dijo...

Como te quiero !!!!! Me encantó revivir esta historia transatlántica! Las dos sabemos que estamos de paso en esta vida, y no le encuentro otro sentido más grande que el amor en todas sus formas! Chin chin 2013! Chin chin London y todo lo demás :)

Vv dijo...

Listo, casi lloro.

ju dijo...

Piel de gallina.
Lindísimo, Max.
Escribís tan bonito como vivís.
Seguí escribiendo y viviendo así :)