jueves, 18 de junio de 2009

Salvados por la fachada

Desde el momento en que nacen participan de una realidad cinco estrellas. Niños y niñas que están marcados por un destino donde abundan los uniformes, las medallitas de oro, las corbatas, los autos, los aviones, las leyes, las copas de vino, los anteojos de sol, el sushi, los perfumes, los botas de esquí, los despachos, en fin. Son como marionetas que no se detienen ni un minuto a pensar el suelo que están pisando o el camino que están siguiendo. Simplemente funcionan hacia adelante, manteniendo la cabeza alta, sin mirar al costado, ni siquiera de reojo.

Crecen en colegios católicos, veranean en playas de moda, estudian carreras correctas, entran a trabajar en empresas multinacionales o estudios de abogados. Si son hombres visten de traje de lunes a viernes, si son mujeres llevan taco alto y el pelo radiante. Por lo general, se dedican a vivir una vida de luxe y es por eso que coleccionan artefactos tecnológicos de última generación, decoran sus casas amplias con hierro, madera y hormigón, cambian de coche cada tres años y de móvil cada uno y cenan en restaurantes exóticos.

De adolescentes se encargan de buscar a la chica ideal, la que tiene las aptitudes de noviamamá y una vez atrapada le proponen casamiento. Las mujeres se pintan las uñas y los labios, se ajustan los pantalones y esperan al novioempresario para que las secuestren, las llenen de lujos y les den hijos adorables. Los tienen. Los ponen al cuidado de niñeras. Los llevan al country los sábados y a misa los domingos. Les traspasan su afición al deporte (futbol para mirar, golf para practicar) así como sus ideologías políticas que coinciden con los partidos más conservadores. Los educan en un vocabulario con clase: dicen maid en vez de mucama, lindo en vez de hermoso, colorado en vez de rojo.

Con los amigos, los hombres suelen mantener conversaciones sobre futbol y mujeres en gran medida, sobre negocios también, y sobre actualidad en menor medida. Con 20 minutos basta para criticar al gobierno de turno y lamentar los infortunios del mundo. Las mujeres hablan de sus maridos, sus hijos y los próximos planes de vacaciones, así como de la cirugía de fulana, la separación de mengana, la depilación definitiva y los bikinis de la última colección de Paula Cahen D´Anvers.

Se quejan. La inseguridad, el exceso de impuestos, las arrugas de una camisa, la ensalada mal condimentada. Prefieren echarles la culpa a los demás y luchan por salir invictos en cualquier discusión de cualquier tipo. Se hacen regalos en todas las ocasiones posibles y se ofenden si el mismo no salió más de 150 pesos. Se ponderan entre ellos pero se sacan el cuero en cuanto se dan la vuelta. Se esfuerzan por estar impecables y pueden llegar a morirse si les sale un grano, si sudan más de la cuenta o si se les rompe una uña. A ninguno de ellos se les puede ver la costura.

Presumen. Ellos si no es el hándicap son los metros cuadrados del nuevo departamento, si no es de las millas de vuelo, es de los caballos de fuerza del nuevo coche adquirido. Y suelen recurrir a aquella hazaña empresarial que les costó la vida y los coloco en el lugar en el que hoy están. Se auto halagan constantemente porque aprenden a quererse sobremanera. Ellas presumen con facilidad tanto del apellido de los novios de sus hijas, como de los viajes románticos o los kilos perdidos en la última dieta de la luna. También envidian y compiten. Siempre gana la persona que resalta más por sus éxitos acumulados. Es así de simple y se consagran en el círculo de amigos.

Este tipo de gente pertenece a un universo singular y, consciente o inconscientemente, están encadenados a él, a este mundo diferente que se rige por un mandato social implícito pero claramente establecido. Son normas que hay que seguir, por el bien de la familia. No se hable más. Y si algún miembro se descarrila, si alguno gira su cabeza y suelta la soga que lo ata a esta realidad exclusiva, todos los demás unen sus fuerzas para que no se note. Porque lo importante en este mundo es que la fachada este intacta. Si surge la desgracia de un hijo mochilero, actor o budista lo recomendable es guardar silencio y mantener la postura erguida, la cabeza alta y los ojos al frente.

Que a nadie se le ocurra descubrir que alguien de la familia se animó a mirar de reojo.

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