jueves, 4 de agosto de 2011

Se terminó


Un año y dos meses. Un año y dos meses viviendo en función de una oficina. Un montón de horas, 8 para ser exactas, adentro de una casa de color gris. Parece mentira pero sí, está pintada de gris, un gris oscuro distingue la fachada de la casa que supo ser mi lugar de trabajo durante un año y dos meses de las otras casas ubicadas en una de las dos cuadres del Pasaje Bollini. Levantarme a las 9, preparar el taper con comida, tomar el colectivo 10 menos veinte, entrar a las 10, mirar la pantalla de una computadora, salir una hora (la hora sagrada) a las dos de la tarde (sentarme en el pasto del Parque Las Heras, pasear por las calles, tomar un café, leer en un banco, vagar) y volver a las 3 para seguir mirando la pantalla de una computadora. Navegar incansablemente por la web y minimizar la página del facebook al sentir la presencia de mis jefes. Escuchar a las 5 de la tarde el ruido del paquete de Frutigran abriéndose, el ruido de la Frutigran haciéndose pedacitos en la boca de mi jefa, el sorbido de la bombilla de su mate, continuamente. Contar los minutos, todos los días al caer la tarde y estar lista a las 6.59 para salir corriendo. Saber que es un bajón que la comodidad ecónomica me haya conformado durante un año y dos meses, pero ser consciente de que mi cabeza me andaba pidiendo un descanso: dejame stand by un tiempo, dejame olvidarme de los números, no quiero tener esa preocupación. Y así, sin esa inquietud, ponerme cómoda y terrenal. Así, convertir el sueldo en los mejores programas de mi vida. Salir a conocer cada rincón de Buenos Aires, cada salita de teatro, cada barcito escondido. Deslumbrarme con lo que esta ciudad tiene para ofrecer, emocionarme, posta, hasta las lágrimas. Gastar mis horas libres en cultivar mi mente, en aprender, gastar sabiendo que invertía, que todo esto es lo que mi cabeza estaba necesitando. Empaparme del Cervantes, de Kartún, de Lola Arias, empaparme de casitas perdidas en San Telmo donde proyectan perlitas del cine moderno, empaparme de Daulte, de Spregelburd, de Ajaka. Consumir lo que más brilla en Buenos Aires: sus tablas. Odiarme de lunes a viernes de 10 a 19, amarme después. Confirmar que sirvo para cumplir el rol de empleada de una empresa cualquiera y deprimirme un toque pero saber que más de un año y dos meses no aguanto, que este es mi record, que nunca más un taper chorreando aceite, un jefe concheto, que nunca más una planilla de excell o un café con gusto a caca a las 3 de la tarde. No permitir que nunca más mis días se escurran adentro de una oficina, que mis horas se pudran escribiendo mails con saludos cordiales. Tenerlo tan claro. Decirle que no al mundo de oficina, no, no y no, con el dedito, con la cadera a un costado y al otro, con el pelo revuelto y el delineador negro saliendo de la esquina de mis ojos. No, con la voz de Amy Winehouse. Saber que no es un capricho de hippie ni un delirio de naif, saber que simplemente no cuaja conmigo porque no me reconozco, porque dejo de ser yo. Corroborar que renunciar, en casos como este, dignifica y que de verdad mi felicidad está en otro lado, no tan terrenal, no tan cómodo y lejos, muy lejos de la rutina de una oficina.
(Ilustración: Robertita)

8 comentarios:

Álex dijo...

no sabes CUÁNTO te felicito!
me parece lo mejor y lo más honesto y lo más responsable lo que has hecho

planeo, dentro de pronto, seguir pasos similares a este respecto

qué alivio y qué viva debes sentirte ahora
enhorabuena!

Anónimo dijo...

Felicidades amor!!!
Soy Chopi

Anónimo dijo...

precioso. y punto.
pau

Princesa haragana dijo...

estoy muy feliz por vos amiga

Makuni dijo...

Alex: hazlo. Amigas: gracias con el alma.

SOWIE ♥ dijo...

Ay Makuuuuu
la puta madre
estoy pasando por eso
Amé cada palabra de este relato
Te envidio, te admiro y te quiero!

Miranda Malasaña dijo...

Yo también te quiero. Y todo lo demás que dijeron.

Anónimo dijo...

como te entiendo marak!!! ame renunciar!!!!!!!!!!! ogele