martes, 12 de agosto de 2008

Otra vida

Subió los escalones sujetando con fuerza la mano de Inés. Tenía miedo. Pero se distrajo observando el portal y las macetas que le llegaban al hombro. Nunca había estado en un lugar así. Si la fachada era tan hermosa, ¡cómo sería la casa por dentro! En el momento en que admiraba el brillo del picaporte, se abrió la puerta y vio a una señora alta, muy elegante con su pelo tirante y recogido, sus pulseras de oro y su perfume penetrante. La señora se agachó para darle un abrazo y la bienvenida.
Candela entró al chalet nerviosa, incrédula ante semejante lujo. Sin soltar la mano de Inés escudriñó el hall de entrada hasta el último rincón. La alfombra persa, el candelabro de cristal, la cómoda con fotos, el florero, las cortinas doradas, la escalera que se elevaba a su derecha. No prestaba atención a la conversación de las adultas. Quería curiosear el salón que se veía más allá del umbral y el jardín que se asomaba desde el ventanal del fondo pero se aguantó las ganas y le devolvió la sonrisa a la señora que no dejaba de mirarla. Candela sabía que tenía que hacer buena letra.
Se dirigieron a otro salón y Candela se enteró que eso era un playroom. Seguía sin salir de su asombro. Ya contaba 3 ambientes en la casa. Se hundió en uno de los sillones y escuchó lo que ya sabía que iba a escuchar.
Cuando dijo que sí por cuarta vez, que estaba segura, Inés la besó en la frente y le acarició el mentón. Candela se había encariñado con esa mujer que se encargaba de ella desde que pasó lo de su mamá, así que asentía más que por propio convencimiento por no defraudarla.
Inés se marchó y Candela sorbió el fondo de la chocolatada, haciendo ruido y llamando la atención de la señora que soltó una risita simpática. Luego Liliana, la señora de la limpieza, la cargó la valija y subieron a lo que era su habitación. Candela no daba crédito. Esa sería su cama de ahora en más. No estaba acostumbrada a un colchón tan grueso, a tantos almohadones y a unas sábanas tan suavecitas.
Esa noche y todas las que siguieron Candela abrazó a Tato, el oso que fue el último regalo de su mamá y se durmió pensándola. Una lágrima cayó sobre el peluche.

No hay comentarios.: