martes, 22 de septiembre de 2009
The Odd One o La Que No Pertenece
Como Homero Simpson tomando jugo de manzana
martes, 15 de septiembre de 2009
Me voy, me fui
domingo, 13 de septiembre de 2009
sábado, 12 de septiembre de 2009
jueves, 10 de septiembre de 2009
Sabidurías
lunes, 7 de septiembre de 2009
Adíos Pisito
domingo, 6 de septiembre de 2009
El Topo de Quilmes
sábado, 5 de septiembre de 2009
Malas Mujeres
viernes, 4 de septiembre de 2009
La Secretaria
Tapándose la cara con la almohada Maite se siente desgraciada. Nunca estuvo tan sola como este ultimo año. Maite es linda cuando quiere, pero no es simpática ni provocativa. Más bien tímida, se refugia en su cuerpo desgarbado y sus ropas holgadas. Sus ojos irritados, su flacura avanzada y su pelo descuidado son señales de que no anda bien.
Sale poco y por lo general al cine, sin más que su propia compañía. En casa no hace más que leer hasta que se cansa y entonces prueba con la tele, pero al rato se aburre de mirarla. En la cocina se entretiene, pero la suya es tan chica que le agarra claustrofobia en seguida. A veces se escapa a lo de su madre, donde la cocina es un poco más grande, y mientras prepara la comida escucha las indicaciones de la señora que le habla a los gritos desde su silla de ruedas. Tampoco así disfruta cocinando.
Maite se incorpora y aparta la almohada como tratando de dejar la desgracia en la cama. Suspira con resignación: sabe que en dos minutos va a sonar el despertador. En ese espacio de tiempo y en medio de la oscuridad de la habitación que la cobija, Maite piensa en el día que se le viene encima. En el viaje en colectivo, en la llegada al edificio, en la entrada a su oficina y casi puede oler los cuerpos que viajan con ella, la limpieza de la recepción y el café de máquina del piso donde ella trabaja. Casi puede escuchar el motor del colectivo, el buenos días de la recepcionista y la computadora encenderse. Sabe que hoy, como todos los 4 de septiembre, va a encontrar una tarjeta en su escritorio que dirá Felicidades Maite y al lado un vale para dos personas en el restaurante Cló Cló.
Cuando apaga el despertador Maite ya está decidida a decirle a su jefe muchas gracias doctor y de manera sutil espetarle pero para el próximo dia de la secretaria vaya pensando en otro regalito porque me resulta muy deprimente no tener más que a mi madre sorda y paralítica para que me acompañe al mejor restaurante de Buenos Aires.
martes, 1 de septiembre de 2009
Sarabuela
No eras, a decir verdad, una de esas abuelas tradicionales.
No tejías, no bordabas, no cocinabas nada que hiciera que me chupara los dedos. Pero eras mi abuela, la única. Lito te dejó viuda cuando todavía tenías que ocuparte de una niña de 4 años (mi mamá) y de otros 6, más mayorcitos. Los papás de mi papá, Tata y Chicha murieron en el 90 con seis meses de diferencia. Desde los 6 añitos que vos fuiste la única figura de la vejez en mi vida.
Envuelta en un olor de naftalina, tu casa fue mi segundo hogar. Te tenía a dos cuadras del colegio y me reconfortaba llegar y verte, tan abuela en tu sillón viejo, en donde me esperabas mirando el noticiero, para que almorzáramos juntas. Con la bandeja en tu falda y tu lata de cerveza, con la bandeja en tu cama y mi jugo de manzana pasábamos el rato comentando la actualidad y la vida de alguno de tus hijos o nietos. Antes de irme me sacabas un alfajor de chocolate milka y cuando había suerte, un par de after eights que eran tu debilidad.
Fue en uno de sus almuerzos cuando me confesaste que en los seis meses de noviazgo no le dejaste a Lito que te tocara ni un pelo. Me lo contaste entre risas, sabiendo que habías cometido una maldad. Y también me confesaste otra vez algo que a mí me causó mucha gracia y que a vos te costó soltar. Maki, sabés que encuentro a “Bastituta” muy parecido a Jesús. Y sacaste una de esas figuritas de los álbumes de futbol y me la mostraste con la misma delicadeza con la que me hubieras mostrado una estampita de Cristo. Yo te dije que sí, que eran igualitos, que no tenía nada de malo pensar en ese parecido físico y me reí toda la vida de ese episodio.
Eras una mezcla rara. De misa diaria, rosario y ángelus, te sabias todos los misterios de memoria, como los nombres de todo el plantel de la selección. Necesitabas comulgar casi tanto como ver futbol. Los taxistas se quedaban espeluznados. ¡Señora, cómo sabe! Y a vos te encantaba ese reconocimiento.
Las novelas de la tarde tampoco te las perdías, pero cuando había algún compromiso al que era imposible faltar, llamabas a Graciela, la chica que trabajaba en casa. Te pasabas media hora al teléfono preguntándole cada detalle del capítulo que no pudiste mirar y no cortabas hasta no estar realmente satisfecha con la información.
Andabas de acá para allá, caminando por todos lados sin que te pesara la edad. Subías y bajabas colectivos como cualquier estudiante adolescente. Tu cara se dejaba ver por el barrio, tu mirada perdida como si estuvieras pensando en tus 21 nietos a la vez. 22 con Santi Vitón.
Cómo olvidar tus piernas flacas, nunca tapadas por pantalones. Tus polleras y tus camisas con flores. Tus sacos Burma de todos los colores lisos y abotonados. En el verano adentro del mar, te estoy viendo con el agua por las rodillas, mojándote con las manos tu cuerpo acalorado. En las noches con tu pelo blanco recogido por mil quinientas horquillas y una redecilla negra.
Tu voz frágil y aguda la tengo latente en mis oídos. Es como si pudiera escucharte diciéndome, a ver querida, alcanzame las aceitunas. Pero lo que más oigo es tu risa, esa risa desencajada que achinaba tus ojos y fruncía tus labios con una ternura indefinible cada vez que te tentabas.
Sarita, gracias por durar. Sé que añoraste a Lito todos los días, que maquillabas esa tristeza inabarcable con una sonrisa de abuela alegre para que no nos diéramos cuenta. Sé que rezaste por cada uno de tus familiares y nos encomendaste a Dios para que nada nos pase y seamos felices. Sé que tus intenciones siempre fueron buenas y tus gestos sinceros. Sé que nos adoraste.
Y así como vos añoraste a tu único hombre, yo te añoro a vos, porque nunca pensé que me iba a quedar huérfana de abuelos, porque pensé que siempre vivirías, que tus piernas no te abandonarían, que seguirías cumpliendo años, que estarías todos los días sentadita en el sillón viejo de tu cuarto, esperándome con la bandeja en tu falda y la tele prendida.