miércoles, 16 de febrero de 2011

Volver a los siete, ocho y salvarnos

El poder de la imaginación puede aplastarnos el miedo, que es más fuerte que el choclo congelado, más fuerte que el novio de cualquier mamá, más fuerte que los amigos asquerosos de nuestros hermanos. Es muy importante que de vez en cuando volvamos a tener siete, ocho años para derribar las paredes que rodean nuestras mentes, para romperlas con las manos cerradas y salir a correr aunque haga frío y la nieve nos moje las piernas, correr, correr sin parar hasta que la esperanza se transforme en un monstruo gigante con cara de oso y nos sonría estirando su brazo. Es muy necesario que abramos la mano y agarremos al monstruo para evitar pensar en ciertas cosas, para aislarnos un poco de los habitantes de nuestro mundo real y embarcarnos a vivir aventuras románticas, fuera de la frontera de los cinco sentidos, fuera de uno. Es que precisamos irnos de viaje adentro de nuestras cabezas para pisar islas vírgenes y conocer mágicos seres imaginarios, para, como escuché hace poco, explotar piñatas, boom, explotarlas y después, salvarnos. Ver esta película por su arte, por su protagonista, por su ternura, por sus paisajes, por su magia es casi una obligación, pero por sobre todas las cosas, porque los ojos de todos deberían encenderse como se encendieron los míos con cada imagen y cada gesto de esta historia encantadora.

2 comentarios:

Unknown dijo...

freud decia que el poeta, cuando escribe, vuelve justamente a su infancia. y lo bueno es que no solamente es tierna la infancia, y menos que en menos en freud. salut

Pablo dijo...

la vi, muy linda, el niño la descose