martes, 13 de septiembre de 2011

El norte en mochila

Viajar al norte argentino, sola, con la mochila a cuestas es usar remerita de día y gorro de lana de noche, es aguantar la ralentización de los ritmos, es comer entrada, plato principal y postre por 30 pesos, es subirse a un colectivo milenario y atravesar curvas inverosímiles en medio de una montaña a 4 mil metros de altura, es caminar por pueblos de 3 calles y escuchar voces francesas o norteamericanas a la misma vez que una chola trata de venderte torta frita, es asumir que el polvo entra en la nariz y bancarse un resfrío cojonudo, es acompañar con las palmas al peor cantante en la historia del folkore en una peña jujeña, es escuchar la música del agua que baja del cerro, es quedarte sin aliento al mirar el cielo de Iruya, es volver a pensar "¿me quedaría a vivir acá?" después de mirar ese cielo, es escuchar la palabra coquear y la palabra cerro con la "rr" pronunciada como "ll", es comprarse una mochila de colores con la bandera de los pueblos originarios, es pasar por pueblos con nombres como Palpala, Perico o Maimará, es conversar con dos hippies que dejaron Buenos Aires para regentear una casa mágica en lo alto de Tilcara, es desayunar con un alemán y prometerle que en mayo lo estoy visitando, es irte a dormir escuchando la música de Manu Chao, es hacer una excursión dentro de la chata de un local donde Marta Sanchez suena a todo volumen, es conocer a un cocinero y acompañarlo al mercado central para terminar comiendo palta con limón en el pasto, es conocer a un publicista podrido de la publicidad que planea viajar hasta donde de y volver cuando se le antoje, es enfermarte y que otro mochilero te regale jengibre, es cruzarte con personas que bajan a Tucumán y otras que suben a Colombia, es comer un tamal picante, es ensuciarte las zapatillas, es observar las sonrisas sin dientes, las caras surcadas de la gente, las miradas de los niños que salen de la escuela, es observar a turistas neozolandeses y pensar que hay argentinos que pudiendo, siguen sin conocer el norte, es sacar fotos y quedarte pensando en sacar otras más mientras tus ojos no pueden apartarse del paisaje, es cruzarte con mulas y perros con ojos vacíos, es clavar tu culo en colectivos eternos, es ver cómo las montañas multicolores recortan el cielo, como la luna alumbra las noches cerradas, es mirar para donde mires y dejar la respiración, dejar los ojos, rendirte. Es aflojar los músculos y abrazarte con extraños, es irte a dormir pensando cuán zarpada es la naturaleza argentina, y cuán inconsciente somos de esa magia los que cerramos la persiana y nos acostamos en nuestras camas escondidas en el edifico de algún rincón de la ciudad, es recordar cuán poderosos son los paisajes que, a veces, olvidamos haber visto en los pueblos del norte de un país hermoso.

3 comentarios:

RITA dijo...

es TODO!! el norte es TODO! Volvere, una y mil veces.

Anónimo dijo...

precioso relato.
el paisaje del norte entra x el corazón y sale x los ojos.
k

Matias Cheistwer dijo...

espero que te haya serviudo el jengibre, salud!