jueves, 9 de octubre de 2008

Ay Eugenia!

¡Qué feliz se puso Eugenia el día que Ignacio se recibió de abogado!
¡Y qué felicidad cuando Josefina se casó de blanco!
Lo que no sabía Eugenia es que sus dos hijos la dejarían sola en su casita de Temperley. Que se irían los dos a vivir al extranjero y que su viudez le pesaría hasta el resto de sus días, envuelta en una soledad absoluta, aburrida y gastada por los años.
Y así morirá Eugenia, solitaria y encerrada. Ni sus nietos se enterarán. La loca de Eugenia, dirán los vecinos, la que se dejó vencer y aceptó su condición de viuda eterna y madre abandonada.
¡Qué triste se puso Eugenia la víspera de su muerte cuando la quietez de su hogar era su única acompañanate en la convalescencia!"

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