viernes, 13 de marzo de 2009

Taller V

Bueno, esta vez me toco "el guión". Todo un desafío, tuvimos ue abordar el tema haciendo un relato cinematográfico y yo que gracias que hice un guión en primer año de la facultad. Pero esto era distinto, asi quepara mi fue confuso y complicado. Hacer un relato escribiendo sólo lo que se ve y lo que se escucha, puf, sin sentimientos ni pensamientos ni saltos al pasado, nada. Imagen, Sonido, Presente. Siempre existe la posibilidad de hacer elipisis y yo utilicé el recurso, pero sutilmente, a ver si se entiende...
En el taller gustó mucho! Mi profe me dijo que está estupendo Macarena. Asi que eso, cumplí con la consigna inventando una historia, imaginándome personajes, imaginándome un espacio verde, imaginándome Buenos Aires. Todo en primera persona, como si yo fuera aquel tierno niño, aquel adolescente desenfrenado, aquel señorito común y corriente.
Con ustedes:

La Plaza Miserere

Corren por la plaza Miserere. Se acuestan, se levantan. Se turnan para sacarse piojos. Se pone una en cuclillas mientras la otra se dejar revisar la cabellera apoyando la cabeza en el regazo de la otra. Hablan a los gritos, murmuran, se dicen secretos acercando una la boca a la oreja de la otra. Se abrazan, se pegan, se pellizcan. Caminan de la mano, casi siempre descalzas. Una la lleva a caballito a la otra. Se ríen. Se abalanzan sobre desconocidos y se les ríen en la cara, poniéndolos incómodos. Si alguien hace una foto ellas se interponen entre paisaje y cámara y luego se van pidiendo perdón, perdón, fue sin querer queriendo. Y nadie se enfada. Quien va a enojarse con estas dos chicas radiantes y jóvenes y risueñas. Quién, si no le hacen mal a nadie. Pasean por la plaza de punta a punta dando pasos grandes y despreocupados. Comen ahí, duermen ahí la siesta, juegan al fútbol. Si una se mete dentro del carrito de supermercado abandonado, la otra la lleva a las corridas y en la rampa la suelta. Y se escuchan las risas de las hermanas, de la que cae en picada y de la que la mira desde arriba. Son adorables. A veces se las ve dormidas pero nunca se las ve cansadas. Tienen una expresión de milagro en la cara que las hace bellas, bellísimas.
Y yo tan niño, en bici, atravieso la plaza para ir al colegio, para volver a mi casa. Y como todas las tardes freno debajo de un árbol y finjo arreglar alguna pieza de la bicicleta para mirar de reojo a las hermanas, para escuchar sus diálogos. Y ellas ni se enteran de mi existencia. Pero yo llego a mi casa y después de tomar la merienda miento. Me voy a lo de mi abuela, a visitarla porque la quiero mucho a la abuelita, y mientras ella me habla yo miro por el balcón a la gran plaza Miserere. Las veo, como dos puntitos saltarines, que van y que vienen y que no dejan de reírse. Y mi abuela habla sola la pobre, porque yo me abstraigo, me vuelvo un sordo absoluto y un observador enamorado.
Voy creciendo y me obsesiono con ellas, en cada camino de ida y en cada camino de vuelta del colegio. Pedaleo sin mirar al frente, con la cabeza a algún costado buscándolas con desesperación. Y palidezco de pronto cuando una de ellas se para en mi camino de piedritas de toda la vida y me agarra el manubrio, atrapándome, cuestionándome. Y toso como un tonto la noche que pruebo marihuana por primera vez y ellas se descosen en carcajadas y me dan un beso en mis cachetes. Y le sonrío al cielo la mañana aquella en que despierto desnudo y abrazado a una de ellas. Y grito como un loco cuando me tiran por la rampa y me deslizo en el carrito de supermercado abandonado, a toda velocidad, sin que nada me importe.
Y una noche cualquiera me siento en una hamaca, una que está un poco gastada. Y soy yo envuelto en un traje gris, adulto y callado el que mira cada rincón y el que se encuentra en la hierba, en los pocos juegos de madera descolorida, en cada bici que pasa, en la rampa y en cada sombra de árbol. Por más silencio que haya yo escucho sus voces, en donde clave la mirada escucho sus voces.
Y empieza a aclararse el cielo con un sol de madrugada, y yo sigo en la plaza, quieto y tranquilo, observándolo todo. Los toboganes de plástico, los arcos de futbol, la casa del pirata, el puesto de golosinas, la reja que bordea el arenero. Llegan los primeros niños y yo permanezco en la hamaca, un rato más, sin querer queriendo.

No hay comentarios.: