Podría titular mi texto Benditos Aeropuertos, si mi situación fuera la de una persona que acaba de recibir a un ser querido, pero como mi caso es el de una persona que acaba de despedir a un ser querido, lo titulo asi: Malditos aeropuertos.
Se fue mi hermano, hoy, hace unas horas. Y ahora tiene que estar volando con destino a Buenos Aires. Se terminó su intercambio universitario, su roadtrip, su experiencia Erasmus en España y se fue nomás, después de 6 meses de estadía y compañía.
Lo acompañé a hacer el check in. En la cola hablábamos de los kilos del equipaje, de los días que lleva vencida su visa de estudiante, de la afeitadora eléctrica que llevaba en su mochila y pensaba que le iban a sacar, de la cartita que tiene que darle a mi hermana, y de repente, aquí tienes tu tarjeta de embarque, puerta U 24. Y ya quedaban menos minutos y no habíamos hablado de los 6 meses que se terminaban con esa tarjeta de embarque recién entregada.
Y cuando llegamos a la cola esa que tiene que hacer para pasar sus pertenencias por las cintas transportadoras nos tuvimos que despedir a la fuerza. Un abrazo y hasta luego, buen viaje. Y lo vi pasar por el umbral que te chequea los metales y ya no lo volví a ver.
Y hoy es domingo a la noche y no puedo llamarlo. Y mañana tampoco. Bueno, sí, puedo marcar 0054 y el numero de mi casa de Buenos Aires, pero no es lo mismo porque ya no vive a 7 paradas de metro de mi casa de Madrid, porque ya no puedo quedar para vernos en media hora en La Latina.
Entonces maldigo a los aeropuertos cuando se llevan a esas personas que nos hacen bien. Los maldigo porque adentro de ellos, cuando un avión despega trasladando a ese alguien tan lejos, no puedo evitar el nudo en la garganta y los ojos lagrimosos. Como hoy, que miré la inmensa terminal 4 de Barajas, me sentí pequeña y sola, y salí extrañando a mi hermano, que en este momento debe estar pensando todo lo que vivió en estos magníficos 6 primeros meses del año.