jueves, 2 de julio de 2009

Sandy

Sandra está parada debajo del toldo de una tienda. Hace diez minutos que espera al autobús y hace 20 minutos que llueve sin cesar. Tendría que estar, en este momento, dentro de la casa con fachada rosa que está en la esquina. Pero no está ahí. Salió corriendo bajo la lluvia, huyendo de ese lugar, ese lugar donde trabaja como cuidadora de ancianos.
Todos la llaman Sandy y la verdad que la quieren mucho. Ella, por más que no tenga vocación, cumple con sus tareas y siempre sonríe. Aunque hace un mes, más o menos, que dejó de sonreír. Le cambiaron el turno de la mañana al de la noche y no le agrada en lo mas mínimo. Se le desajustaron los horarios, duerme poco, casi no ve a su hijo, sus funciones cambiaron, los viejos no están de humor, en fin, que el geriátrico es distinto cuando baja el sol. Pero Sandy que va a hacer. Tiene que mantener a un hijo de 16 años, mandar giros de dinero a su madre, pagar sus gastos, vivir. Y no le queda otra que agachar la cabeza y aceptarlo. Pero lo que no va a aceptar Sandy es que el viejo de la 113 se desubique. Y eso es lo que acaba de suceder.
Belisario llamó a enfermería acusando una fiebre alta y aprovecho que Sandy se acercaba a su cama para cogerle el cuello por detrás y pasarle la lengua por toda la cara. Después de un forcejeo animal Sandy lo golpeó con su frente y salió corriendo de la habitación. Cogió sus cosas y salió del establecimiento por la puerta de atrás. Corrió por la calle, se frenó porque tuvo una arcada horrorosa, y siguió corriendo hasta llegar a la parada de autobús. Cruzó para cobijarse debajo del toldo y aquí está, agitada y mojada, temblando como una hoja. Cómo nunca te diste cuenta de que este tipo era un viejo verde, ¡joder! Si a Mari le toco el culo, si en la clase de gimnasia no hace más que mirarle las tetas a la profesora. Que asqueroso, como se atreve. Todo eso mascullaba bajo el toldo de la tienda.
Sandy ya no piensa en Belisario, piensa en gastarse o no gastarse 20 euros en un taxi hasta su casa. Por más que por ese dinero me compre la verdura de toda la semana, yo sí me paro un taxi. Lluvia de mierda. Y se toma uno y en el viaje piensa que Beli va a hablar, va a mentir, me van a echar no sólo por violenta sino por fugitiva. Y piensa en el despido y suda, se mezcla su sudor con la lluvia que lleva en su cuerpo empapado. No hice las cosas muy bien, pero bueno, tampoco iba a dejar que me viole un viejo verde. La puta, qué voy a hacer. Y se aprieta las manos, frunce los labios, mueve el pie derecho sin parar hasta que llega su casa, por fin.
Sube aturdida y cansada los 4 pisos por escalera y abre la puerta. Se encuentra con Elías, su hijo, sentado a la mesa con tres amigos más. Hay 6 botellas de cerveza vacías y una de ron y otra de coca cola a punto de terminarse. Los chicos se ponen un poco incómodos pero Elías no, se ríe, abraza a su madre a la que le saca una cabeza, le besa el pelo y grita: Lo mejor que hay, ella, haced una reverencia joder. Es la reina de este palacio. Y los otros se parten de risa y se arrodillan tentados. Uno hasta se anima a besarle los pies y los demás lo burlan. El hijo ni se pregunta por qué su madre vuelve antes de su trabajo, en cambio, anuncia la despedida y se va con los demás de la casa, caminando en zigzag. Sandy no abre la boca ni para saludarlos.
La puerta se cierra y Sandra repasa la cocina con la mirada y baja un momento los párpados. Deja su bolso sobre una silla y recoge los platos con restos de tortilla, los vasos y las botellas vacías. Lava la vajilla, barre el suelo, lo friega, limpia la mesa. Todas estas cosas las hace sin una expresión en la cara, sin siquiera detenerse un segundo entre una actividad y otra. Agarra el bolso, entra en su habitación y se sienta en la cama. No sabe si acostarse o no porque si se acuesta se duerme y ella quiere esperar despierta a su hijo, para verlo entrar entero a casa. Decide sentarse en la silla de mimbre y rezar un rosario. Lo que pido Virgencita del Cisne es que no pierda el trabajo, Virgencita, que no me dejen en la calle. Y también te encomiendo a Elias, Virgencita, que lo cuides siempre, hasta cuando está borracho, por favor Virgencita. Él no era así antes, pero Ecuador está tan lejos. La culpa es mía, Virgencita, perdóname. Y dicho esto en voz alta, pronuncia el Padre Nuestro y comienza el primer misterio mientras sujeta el rosario de madera con las dos manos sobre su regazo.

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