domingo, 30 de enero de 2011

Allá en el este

Los países árabes estallan. Los manifestantes parecen llevar el fuego en las caras, el ardor en los cuerpos de esos latinoamericanos setentistas que, jóvenes y desprotegidos, luchaban por el orden del mundo. Ese orden que no admite armas, que no admite rostros endurecidos ni fuerzas violentas. Parece mentira. Se concentran, unen sus voces y siguen muriendo, siguen muriendo. Los reclamos se callan con gases y balas, pero todavía ellos resisten. Buscan la democracia, buscan demoler poderes autocráticos, derribar muros altísimos, muros antiguos que ya no pueden sostenerse por su propio peso. Tienen que escucharlos, las autoridades tienen que abrir esos corazones que millones de jóvenes escupen en cada marcha, en cada protesta, tienen que asomar sus cabezas y poner el oído del otro lado del muro. El mundo avanza. La democracia late abajo de los sacos, de los sweaters, de las camisas de millones de árabes, late con un ritmo cada vez más fuerte, con un ritmo acelerado. Lo van a lograr, lo tienen que lograr porque hierve el entusiasmo de las masas, porque ya aguantaron demasiado, porque es el turno de que Oriente despierte, de que las aspiraciones se cumplan. Porque las revoluciones son posibles. La humanidad aumenta su adrenalina, los puños se clavan en el aire, las almas vibran en conjunto para terminar con la corrupción y lanzar jazmines al cielo, como lo hizo Túnez, como lo harán los demás, incluyendo Egipto.

No hay comentarios.: