viernes, 5 de septiembre de 2008

Zulma lengua larga

Zulma tenía años en el oficio. Zulma la tenía clara. Sabía manipular la cera y con delicadeza, ponértela y sacártela de cualquier parte del cuerpo. Se había iniciado a los 18 cuando su papá falleció dejando a ella y a su hermana huérfanas para toda la vida.
Así las cosas, tuvieron que ganarse la vida, entonces Zulma abandonó los estudios y comenzó a trabajar en la peluquería BEAUTY, en la esquina de su casa, en el barrio de Chacarita.
En la peluquería la adoraban. Zulma siempre sonriente, Zulma dulzura, Zulma la que te dejaba el pubis perfecto y el cuerpo lampiño. Las clientas siempre pedían turno con ella, porque además de atenderlas como si fueran una obrita de arte, ¡Zulma te hacía unos cuentos! Porque hay que decirlo, Zulma pertenecía a esa clase de personas que viven de lo ajeno y que disfrutan acumulando chismes a diario. Y esa clase de personas no tiene reparos en ventilarlos, más todavía cuando los implicados se conocen todos entre sí, con lo cual Zulma y su constante palabrerío se convirtieron en la excusa perfecta para convencer a la clientela de que había que ser depilada por ella. Y nadie se daba cuenta de que al caer en sus manos era inevitable no sólo criticar a toda la vecindad si no contar a pata suelta todos sus vaivenes emocionales involucrándose a fondo. Era como una exprimidora esta mujer.
Y pasaban los días y Zulma ahí estaba, en la última puerta del pasillo del sector depilación de la peluquería BEAUTY logrando que todas las mujeres se desnudaran en cuerpo y alma. Y así fue como se enteró todo el barrio del aborto de Nancy, del nieto drogadicto de Lily, del gato muerto que guardaba Pelusa en su armario, del affaire entre Georgina y Fermín, el kioskero , de los laxantes que tomaba Moria para estar flaca, de la herencia que le cayó del cielo a Susana y tantas cosas más. En general, contaba las cosas más trágicas. Y luego la gente comentaba lamentando, felicitando, envidiando o castigando al protagonista del chisme de turno.
Pero todo cambió aquel día. Zulma estaba más histriónica que de costumbre, olía mejor y todo. Cantaba. Llegó temprano y atendió a su primera clienta, la que le confesaba cada golpe de su esposo. Se entristeció un poco, pero siguió cantando. Luego vino Claudia, pintarrajeada como una puerta a las 10 de la mañana y le pidió que la deje hecha una reina. La estaba retocando con la pinza cuando cometió la imprudencia. Su boca la traicionó y así, sin más, le espetó a la mujer del dueño de la peluquería lo bien que había estado su marido en la cama la noche anterior.
Y el final fue triste. Porque Claudia salió hecha una loca y no pasó ni una hora hasta que Zulma se enteró de que estaba en la calle. El dueño desmintió todo y la acusó de fabuladora descarada. Entonces Zulma no tuvo más remedio que abandonar su trabajo y mudarse de barrio. No quería sentir las miradas ni escuchar ningún juicio sobre su propio rumor. Prefirió que la gente la recuerde bien, como la mejor depiladora y el mejor oído del barrio de Chacarita.

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