miércoles, 26 de agosto de 2009

Romance y Pena

Todo se dio para que la escuchara.
Estoy sentada en el salón, a las 2 de la mañana, mirando el ordenador y hablando por teléfono hace media hora.
El cuarto de Marta, que conecta con el salón por una puerta corrediza, tiene balconcito que da a la calle. Marta no está y la puerta está abierta.
Escucho: tu mano, eternamente tu mano. Una voz preciosa, que me hace saltar del sillón. Salgo al balconcito, me siento en una silla y la veo. Está parada con una guitarra y mientras toca, canta Yolanda.
Su público son dos mesas de 3 y 2 personas. La calle está vacía.
Sigue cantando, a ella qué le importa.
Y yo me noto los ojos húmedos, las lágrimas que se asoman y justo cuando están por caer termina la canción.
Me dan ganas de bajar y abrazarla, porque desde acá no me animo a aplaudirla. Pero no lo hago.
Y eso es todo, se cierra el telón cuando dejo de escucharla. Y me vengo a la compu a contarlo.
Y ella estará caminando esta noche pensando que con Pablo Milanés no alcanza, que a lo mejor tiene que intentar con el salame de Baute, y capaz que ahí sí, la gente reacciona.