miércoles, 22 de junio de 2011

Cerca de Fabián Casas

Dice Casas, sentadito detrás de una mesa en un piso de El Ateneo, que escribe gracias a la dictadura, que cómo su literatura no va a estar atravesada por la violencia si nació acá, en Argentina, si se crió cuando esos cínicos con cara de piedra gobernaban el país. Que a ellos les debe los libros que leyó porque todos los que estaban prohibidos, él salía a buscarlos. Dice que lo que escribe es lo que lo rodea, que los personajes son sus padres, sus amigos de la infancia, su primo mayor el que guardaba bombas molotov en un rincón de su pieza, el que coleccionaba comics, el primo por el cual escribió un cuento que el califica como western monto y que a mi me la voló. Escribe sobre el portero de su edificio, ese que fue acusado de matar a dos personas y terminó ahorcándose en la cárcel. Ese asesino de Boedo del que después se enteró que era inocente y que la policía decidió hacerle una cama porque estaba solo en el mundo, porque no habría forma de que alguien pudiera salvarlo. Escribe sobre los amigos de su mujer sentados alrededor de la mesa número 9 en un casamiento y ella se enoja y le borra el texto de la computadora en un ataque de nervios. Va a lugares en donde la gente se cruza, en donde se puede apreciar la diferencia de la raza humana, esos lugares como el bar La guerra de las galaxias en donde hay mujeres con tres tetas, ex futbolistas venidos a menos, lugares que son los que mas le despiertan la imaginación. Y también va donde está el peligro, porque ahí es donde está, para él, la salvación. Y escribe, lento, porque prefiere mucho más leer, porque se distrae haciendo karate, pero escribe. Convierte en ficción personas y lugares insólitos: los lleva a poesías, cuentos o novelas. Y después lo llevan al cine, como pasó con Ocio. Dice que escribir un cuento es como trabajar con material radiactivo, que todo tiene que estar milítricamente ubicado en su lugar, que nada tiene que sobrar, que si se pinta de más un avión, el avión puede perder el equilibro. Que el camino de la novela en ese sentido es más fácil porque se puede cargar de pintura, se puede uno desubicar. Y claramente así es como Casas escribe, desubicándose, primero desde la poesía, después desde cualquier género. Y aunque escriba de todo, Casas recomienda tener otro laburo, no depender de publicar, no, escribir con el cinturón blanco puesto, ese cinturón que simboliza al eterno principante, escribir sin aspirar al cinturón negro porque ese cinturón está así por la suciedad. Tener esto como un hobby y escribir limpio para los lectores que no nos van a leer en vida, para esos que todavía no aprendieron a conjugar los verbos. Escribir yendo en contra de nuestra habilidad, escribir después de leer a Tolstoi, después de leer autores de estilos variados, probar como hace él con su hija dándole de comer alimentos de diferentes colores y texturas, probar diferentes letras. Y dice todo lo que dice con esa voz sin altibajos, esa voz tan parecida a la de Leo Masliah que me da una ternura enorme, no solo ese tono sino esa sinceridad y esa simpleza que me dan unas terribles ganas de ser su amiga, de ser alguien cercana a él. Y bueno, me consuelo con saber que al menos, al leerlo, de alguna manera, él se acerca a mí y yo, con la nariz metida en las páginas que él escribió, me acerco a él. Tan cerca como cuando leí Un bosque pulenta, o como cuando sus poesías me hicieron decir wow. Yo vivo y lo leo, él vive y sigue escribiendo, para escupir su realidad, para lo que quiera. Lo cierto es que escribe y lo siento cerca.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me encantó.
vos y casas...
koti

Princesa haragana dijo...

-¿está casado?
- sí
- la puta que me parió

te la resumo así, simple, eso es lo q me produjo escucharlo hablar, amarlo, chau.

Makuni dijo...

Te entiendo haragana.
Este tipo es puro corazón.
Cuidame Los Lemmings :)