viernes, 3 de junio de 2011

Primeros y locos amores

Todas lo tuvimos en la pubertad. Esa obsesión sobrenatural, ese idilio sin remedio al que le ponemos diferentes caras, diferentes nacionalidades, profesiones y nombres. Ese hombre al que no vamos a renunciar nunca porque realmente creemos que algún día, bajo un cielo de estrellas fugaces y luminosas, ese hombre va a agarrarnos de la cintura, va a mirarnos a los ojos y va a partirnos la boca. Pegamos posters con su cara en las paredes de nuestros cuartos adolescentes, recortamos cuanta foto se aparezca en diarios y revistas, forramos las carpetas escolares con esas fotos, estudiamos sus vidas en profundidad, nos aprendemos sus cumpleaños y los nombres de sus hijos y pensamos que algún día vamos a poder acariciarles sus cabelleras, averiguamos vida y obra de sus parejas y nos imaginamos el día en que llorarán desconsoladamente por haber sido desplazadas por nosotras, rascamos hasta el fondo de sus personalidades para saber no sólo cómo se comportan si no cuál es su comida preferida y qué programas miran por la tele. Son nuestro elemento, nuestro motor, nuestras noches de insomnio en las que mordiéndonos los labios soñamos con sus ojos brillantes y con el beso eterno que nos damos. Esos príncipes por los que batimos nuestras pestañas y suspiramos exageradamente, marcan un momento en la vida en el que las preocupaciones se limitan al color de esmalte que vamos a elegir para pintarnos las uñas o a un capítulo injusto de la telenovela estrella en el que la protagonista llora por los impedimentos para estar con su amado. No hay nada más que nos obstruya el camino. Y en mi vida ese momento tuvo lugar en 1996. Mientras que mis amigas lloraban con cada canción de Enrique Iglesias o coleccionaban la revista Tv y Novelas con un joven Leonardo Di Caprio en la tapa, yo abría el suplemento deportivo del diario La Nación y recortaba cada recuadro en el que estuviera la cara de Matías Jesús Almeyda.

Mis hermanos se solidarizaban con mi romance apasionado y me regalaban las figuritas de los álbumes de futbol en las que él aparecía. Me veía todos los partidos en los que él jugaba y sufría desgarradamente cada vez que erraba un gol, miraba el puntaje que le habían puesto al otro día en los diarios después de su desempeño en la cancha y me enojaba si el número no era alto. Llegué a preguntar cuán lejos quedaba Azul de Buenos Aires barajando la posibilidad de tomarme un bondi para ir a buscar su casa y decirle que lo amaba. Veía todas las notas periodísticas que se hacían después de cada partido de los Juegos Olímpicos y escuché la vez que declaró su amor por María. Creo haber llorado al enterarme por su propia boca que tenía una novia y que le mandaba saludos desde Atlanta. Pero mi amor, en vez de disminuir, se fortaleció y no perdí las esperanzas. Y debo contar con algo de miedo y vergüenza pero con el consuelo de que las machas de la pubertad las llevamos todos en nuestro pasado, debo confesar, que cada domingo cuando estaba por empezar Sorpresa y Media en la televisión, mi corazón empezaba a acelerarse y se me enfriaba la sangre. Pensaba que sí, que era muy posible, que cómo no iba a venir Almeyda a mi casa de Godoy Cruz disfrazado del chico del delivery a traer la pizza o las empanadas. Entonces, ay, cada vez que escuchaba el timbre, los domingos, mientras en la tele escuchaba la voz de Julián Weich, gritaba Yo Voooooooy y corría a ponerme los lentes de contacto, me acomodaba un poco el pelo en el espejo y bajaba a mil las escaleras. Iba hasta la puerta con las rodillas temblando y como la puerta tenía una ventanita que abríamos para asegurarnos de que del otro lado no hubiera ningún desconocido, yo ponía la mano en la perillita y con el pecho a punto de estallar pensaba: se vienen las luces de las cámaras, se viene la cara de Matías bajo una gorrita de alguna pizzería del barrio, se viene el momento más excitante de mi vida, se viene la fama, el amor, la felicidad. Pero no. Abrí la ventanita un montón de domingos y nada de eso vino nunca.

Jamás pude concretar ese encuentro, por más que le pusiera todas las fichas, por más que pensara lo evidente que era que mis padres escribieran una carta para contarle a Julian Weich cuál era el sueño de mi vida, por mas fe que tuviera cada domingo a la hora de la cena, nunca lo concreté. Y ahí sí, al ver que mi familia no me tomaba tan en serio, al ver que Luis Miguel era una estrella por la que valía invertir en un sueño de Sorpresa y Media y no un jugador de futbol con pocos goles en su haber, mi amor empezó a desvanecer. Y justo ahí me entero de que la notera carilinda de Tv Show, esa que siempre cerraba las notas diciendo: Es tan lindo Matías, esa que en un punto me caía bien porque sabía apreciar, como yo, la belleza del sexo masculino en Almeyda, esa hijaderemilputa, lo había conquistado. Y ya mi corazón se achicharró y no quise leer las revistas en las que él aparecía junto a ella en los jardines de su nueva mansión en Italia, no quise saber cuántos hijos tuvieron, ni quise seguir su carrera futbolística en el Lazio. De un momento a otro y sin que me diera mucho cuenta me crecieron las tetas, me empecé a fijar en chicos que vivían en mi barrio, dejé de recortar el suplemento deportivo y de mirar los partidos de la Selección con tanto entusiasmo. De un momento a otro guardé las carpetas con su cara en cajas que nunca más abrí y perdí el montón de figuritas que coleccionaba. Asumí, inconscientemente, que había crecido y que el amor, a cierta edad, puede confundirse con la idealización desmesurada de alguien que por tener hoyitos a cada lado de su boca y pasarle la pelota a Batistuta puede romper el corazón de una chica que todavía no entiende que la ilusión tiene sus límites y los futbolistas sus requisitos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajjajjjaj como te imagine bajando las escaleras de godoy cruz, sacandote los anteojos esos redondos y poniendote los lentes...cuanta ternura en ese amorrrrrrr..quien te dice algun dia se aviva la llama y terminan juntos. yo no descarto la posibilidad de casarme con adam...sandler, claro.

Anónimo dijo...

Buenísisisiimo!
Debo asumir que compré el libro AZABACHE porque en la pag. de internet de Chiquititas, en la ficha de Diego García (Barracuda) él había dicho que era su libro preferido.
Nunca lo leí, sigue en la biblioteca de casa y cada vez que lo veo me acuerdo de cómo soñaba con ser Pato...

Otra que yo sé pensaba que Julián la iba a sorprender con los 3hnos músicos, mmmbop!

Te felicito, una vez más un excelente post.

Lo dejo anónimo mejor.

Makuni dijo...

Casi, pero casi cuento en paralelo la historia de la demente de tu prima con los Hanson. Pero creo que amerita un post aparte. Cuánta hormona desperdiciada por ahí en la pubertad. Madre mía!!!!

SOWIE ♥ dijo...

Me devoré esto. Que genialidad Maki. Me tenté mucho de risa. Y tengo que confesarte que algo parecido me pasa(ba) con Rafa Nadal...

Anónimo dijo...

GENIALLL!!!! lei el titulo y supe q se trataba de Almeyda, cuanto amor Marak!!!
Ooogeleee jaja
lindo verte el otro dia

cota dijo...

"mis amigas lloraban con cada canción de Enrique Iglesias" ...y empapelaban las paredes de sus cuartos pero solo de la casa de fin de semana...porque era muyy cache para el depto del centro y la mamma no lo permitía!!! jaujauja
macarenaaa que épocas...puedo agregar mil anécdotas a tu post!
igual as usual, genial!
una ex fan de el chico que se agarraba los puños