jueves, 30 de junio de 2011
Lo que junio dejó
miércoles, 29 de junio de 2011
Leído en la primera mitad del año
1 Andres Caicedo, Viva la Música. Un vómito explosivo de un escritor colombiano que escribe como si cantara, que desordena las palabras en la voz de un mujercita irresistible que se pierde en la droga, la rumba y el alcohol. Todo el descontrol que algo tendrá que ver con lo que él vivió hasta que decidió suicidarse a los 25 años, solo y perdido en un rincón de Cali siguiendo su filosofía, como promulgan sus letras: "Adelántate a la muerte, precísale una cita. Nadie quiere a los niños envejecidos".
2 Salinger, Guardián entre el centeno. Belleza de registro. Novela clásica, lenguaje no tanto y eso es mucho mejor. Me acerca a los adolescentes, me hace decir, sí, a pesar de todo, son niños que no quieren crecer, que necesitan de un abrazo largo, sentido, de alguien que los registre y les diga: esto es una etapa, nada más, una vez que la atravieses, todo va a estar bien, no te aflijas tanto. Cada capítulo: una alegría de leer.
3 J.M Coetzee, Verano. Qué manera de narrar la soledad sumada a la vejez. Y es él, en la tercera entrega de su autobiografía, contándonos lo que no cuenta en las entrevistas que no da, sensibilizándonos con cada persona que narra pedazos de su vida. Leer por primera vez a este premio nobel y viajar a tierras sudafricanas fue un descubrimiento maravilloso.
4 Alfred Hayes, Los enamorados. Joya. Leerlo y doblar la esquina de una página y decir: para, escuchá esto, a la amiga que tenía al lado tirada en la arena de una playa carioca. Un libro que no me voy a cansar de recomendar no sólo por su magnífica prosa sino porque de verdad, parece, los hombres pueden sufrir por amor casi de la misma manera que lo hacemos nosotras. Terminé con casi todas las hojas del libro dobladas. Hallazgo del año.
5 Clarice Lispector, La Araña. Es Clarice, pálida y luminosa. El personaje de la niña que no puede encontrar su lugar en el mundo, que desespera al punto de arañarse las piernas, la niña que a veces asusta, a veces enternece. Sus letras demasiado desgarradoras, demasiado pesadas en esta novela que ni muy muy ni tan tan pero es Lispector y siempre es bueno pasar por su mundo y detenerse a contemplar lo que ella ve desde sus ojos sensibles.
6 Felisberto Hernández, Las Hortensias. Decir te amo al cerrar al libro. Te amo Felisberto por tanta imaginación, por dar rienda suelta a personajes inverosímiles y a la vez queribles, tiernos, amorosos. Que obsesionarse por una muñeca sea la trama de tu libro y que me guste horrores, que cada oración me estire los labios en una sonrisa. Otro uruguayo en mi corazón.
7 Patricia Highsmith, Pequeños Cuentos Misóginos. Simplicidad para retratarnos y encontrarnos ahí, en sus cuentos de pocas páginas, locas hasta el hartzago, pero irremediablemente nosotras.
8 Roberto Bolaño, Los perros románticos. Letras sueltas, ideas para cuentos, poesías, desorden. Bolaño es Bolaño y qué grande es el mundo de su literatura. Bello libro para la mesa de luz, para recurrir a él y encontrarlo, diciendo cosas como: Te regalaré un abismo. El chileno como poeta en todo su esplendor.
9 Simone De Beauvoir, La mujer rota. Soy cruda y me la banco en el siglo XX. Soy mujer y te cuento cada una de mis miserias, porque estoy rota, porque soy indiscreta, porque soy Simone De Beauvoir y nací para romper los moldes franceses y mundiales explicandote que el mundo femenino puede ser fuerte y puede, claro que sí, desarmarte. Leerla es admirarla con el alma.
10 Carlos Gomero, Un yuppie en la columna del Che Guevara. El último libro de la trilogía de Gamerro (primero con Las Islas, después con Los Bustos de Eva) es una tremenda novela sobre la vida de un hombre burgués que se anudó la corbata en los noventa pero que tiene un pasado movido en el que no se reconoce, en el que la selva era su hábitat y la revolución su meta. Una historia tan atrapante escrita tan pero tan bien que me dan ganas de ir a besar a Gamerro en la boca y decirle, te zarpaste, y eso que no leí Las islas.
11 Fabían Casas, Los lemmings y otros. Boedo se desprende de cada cuento de este libro donde Casas habla de su infancia, su pubertad, su adolescencia y hasta su adultez. Un libro bien criollo, un lenguaje puro y duro, una forma de contar las cosas y unas cosas que contar que merecen ser leídas. Un escritor sin rollos, que te la bate así, porque así pasó y que logra una simpleza y una ternura que me derriten entera.
12 Patti Smith, Éramos unos niños. La magia de los setenta en ella, la artista más versátil, más terrenal, más sensible o una de las más, del universo neoyorquino por esas épocas. Cada párrafo es memorable, sus alusiones, sus influencias, sus amistades y su amor Bob que atraviesa el libro de principio a fin son un trozo de inspiración para cualquiera. Ser como ella, desearlo y suspirar y pensar en algún futuro, y ponerme a transcribir citas en un cuaderno después de terminar de leerla. Bravo Patti Smith.
13 Nick Hornby, Cómo ser buenos. La historia la cuenta una mujer, pero la escribe un hombre, y una se pregunta cómo puede ser que parezca siempre ella, la mujer con el corazón abierto, la mujer herida, la que escribe esas páginas. Hornby tiene un don y leerlo es acercarse un poco al planeta reducido de la clase media inglesa, pero vaya planeta, y ver cómo allá, tan lejos nuestro, existen personas tan parecidas a nosotras. Magistral novela del existencialismo de los seres humanos que plaf, te clava un puñal en el estómago. Somos así y Horny sabe muy bien cómo contarlo.
14 Juan José Saer, Nadie, nada, nunca. Hijo de re mil puta, pensaba mientras leía cada frase de este libro. Llegué a decir No, no en voz alta en un viaje en colectivo. Todo lo que uno ve, puede ser escrito, todo lo que pensás que no, también. La historia en un pueblo que se derrite en febrero, el mes irreal, en la pluma de un tipo que sabe describir hasta como rompen las gotas de lluvia contra el suelo. Realmente, me emocioné con tanto talento en sus páginas. Quiero más Saer en mi vida.
15 Los números 2 y 3 de la revista Orsai. Ya hablé sobre esta maravilla el mes pasado, ya no puedo agregar más nada. Sólo pedir que por dios, alguien me haga el favor de leerla. Van a adorarla, van a crecer, van a querer viajar conmigo a Sant Celoni a comer una pizza de Comequechu y a tomar un vino con Chiri y Hernán, sus geniales editores.
lunes, 27 de junio de 2011
Por esto me gusta Gamerro
sábado, 25 de junio de 2011
Que sí, que sí
miércoles, 22 de junio de 2011
Cerca de Fabián Casas
lunes, 20 de junio de 2011
Los amores imaginarios
martes, 14 de junio de 2011
Qué iba a saber
jueves, 9 de junio de 2011
Te lo digo in english
29 WAYS TO STAY CREATIVE from TO-FU on Vimeo.
Gracias a mi creativo amigo Fran que lo difunde. Una cabeza pelada que adentro funciona como una licuadora de esas que hacen ruido y trituran cuánta fruta se le inserte. Un tipo atrevido.
Voilá!
miércoles, 8 de junio de 2011
Pedalear en verano
viernes, 3 de junio de 2011
Primeros y locos amores
Todas lo tuvimos en la pubertad. Esa obsesión sobrenatural, ese idilio sin remedio al que le ponemos diferentes caras, diferentes nacionalidades, profesiones y nombres. Ese hombre al que no vamos a renunciar nunca porque realmente creemos que algún día, bajo un cielo de estrellas fugaces y luminosas, ese hombre va a agarrarnos de la cintura, va a mirarnos a los ojos y va a partirnos la boca. Pegamos posters con su cara en las paredes de nuestros cuartos adolescentes, recortamos cuanta foto se aparezca en diarios y revistas, forramos las carpetas escolares con esas fotos, estudiamos sus vidas en profundidad, nos aprendemos sus cumpleaños y los nombres de sus hijos y pensamos que algún día vamos a poder acariciarles sus cabelleras, averiguamos vida y obra de sus parejas y nos imaginamos el día en que llorarán desconsoladamente por haber sido desplazadas por nosotras, rascamos hasta el fondo de sus personalidades para saber no sólo cómo se comportan si no cuál es su comida preferida y qué programas miran por la tele. Son nuestro elemento, nuestro motor, nuestras noches de insomnio en las que mordiéndonos los labios soñamos con sus ojos brillantes y con el beso eterno que nos damos. Esos príncipes por los que batimos nuestras pestañas y suspiramos exageradamente, marcan un momento en la vida en el que las preocupaciones se limitan al color de esmalte que vamos a elegir para pintarnos las uñas o a un capítulo injusto de la telenovela estrella en el que la protagonista llora por los impedimentos para estar con su amado. No hay nada más que nos obstruya el camino. Y en mi vida ese momento tuvo lugar en 1996. Mientras que mis amigas lloraban con cada canción de Enrique Iglesias o coleccionaban la revista Tv y Novelas con un joven Leonardo Di Caprio en la tapa, yo abría el suplemento deportivo del diario La Nación y recortaba cada recuadro en el que estuviera la cara de Matías Jesús Almeyda.
Mis hermanos se solidarizaban con mi romance apasionado y me regalaban las figuritas de los álbumes de futbol en las que él aparecía. Me veía todos los partidos en los que él jugaba y sufría desgarradamente cada vez que erraba un gol, miraba el puntaje que le habían puesto al otro día en los diarios después de su desempeño en la cancha y me enojaba si el número no era alto. Llegué a preguntar cuán lejos quedaba Azul de Buenos Aires barajando la posibilidad de tomarme un bondi para ir a buscar su casa y decirle que lo amaba. Veía todas las notas periodísticas que se hacían después de cada partido de los Juegos Olímpicos y escuché la vez que declaró su amor por María. Creo haber llorado al enterarme por su propia boca que tenía una novia y que le mandaba saludos desde Atlanta. Pero mi amor, en vez de disminuir, se fortaleció y no perdí las esperanzas. Y debo contar con algo de miedo y vergüenza pero con el consuelo de que las machas de la pubertad las llevamos todos en nuestro pasado, debo confesar, que cada domingo cuando estaba por empezar Sorpresa y Media en la televisión, mi corazón empezaba a acelerarse y se me enfriaba la sangre. Pensaba que sí, que era muy posible, que cómo no iba a venir Almeyda a mi casa de Godoy Cruz disfrazado del chico del delivery a traer la pizza o las empanadas. Entonces, ay, cada vez que escuchaba el timbre, los domingos, mientras en la tele escuchaba la voz de Julián Weich, gritaba Yo Voooooooy y corría a ponerme los lentes de contacto, me acomodaba un poco el pelo en el espejo y bajaba a mil las escaleras. Iba hasta la puerta con las rodillas temblando y como la puerta tenía una ventanita que abríamos para asegurarnos de que del otro lado no hubiera ningún desconocido, yo ponía la mano en la perillita y con el pecho a punto de estallar pensaba: se vienen las luces de las cámaras, se viene la cara de Matías bajo una gorrita de alguna pizzería del barrio, se viene el momento más excitante de mi vida, se viene la fama, el amor, la felicidad. Pero no. Abrí la ventanita un montón de domingos y nada de eso vino nunca.
Jamás pude concretar ese encuentro, por más que le pusiera todas las fichas, por más que pensara lo evidente que era que mis padres escribieran una carta para contarle a Julian Weich cuál era el sueño de mi vida, por mas fe que tuviera cada domingo a la hora de la cena, nunca lo concreté. Y ahí sí, al ver que mi familia no me tomaba tan en serio, al ver que Luis Miguel era una estrella por la que valía invertir en un sueño de Sorpresa y Media y no un jugador de futbol con pocos goles en su haber, mi amor empezó a desvanecer. Y justo ahí me entero de que la notera carilinda de Tv Show, esa que siempre cerraba las notas diciendo: Es tan lindo Matías, esa que en un punto me caía bien porque sabía apreciar, como yo, la belleza del sexo masculino en Almeyda, esa hijaderemilputa, lo había conquistado. Y ya mi corazón se achicharró y no quise leer las revistas en las que él aparecía junto a ella en los jardines de su nueva mansión en Italia, no quise saber cuántos hijos tuvieron, ni quise seguir su carrera futbolística en el Lazio. De un momento a otro y sin que me diera mucho cuenta me crecieron las tetas, me empecé a fijar en chicos que vivían en mi barrio, dejé de recortar el suplemento deportivo y de mirar los partidos de la Selección con tanto entusiasmo. De un momento a otro guardé las carpetas con su cara en cajas que nunca más abrí y perdí el montón de figuritas que coleccionaba. Asumí, inconscientemente, que había crecido y que el amor, a cierta edad, puede confundirse con la idealización desmesurada de alguien que por tener hoyitos a cada lado de su boca y pasarle la pelota a Batistuta puede romper el corazón de una chica que todavía no entiende que la ilusión tiene sus límites y los futbolistas sus requisitos.