sábado, 9 de mayo de 2009

Taller IX

Para el jueves pasado teniamos que desarrollar un cuento con tensión narrativa. Nos dieron una especie de guía en la cual el argumento del cuento tenía que centrarse en una persona que posee algo que adora (o alguien) y se lo quitan. Entonces focalizarnos en la manera en la que la persona reacciona al darse cuenta de lo que le falta y en cómo procede para recuperarlo. Finalmente, relatar si tiene éxito o no en el intento de recuperación. Y a mi se me ocurrió dotar de adoración a una libreta que no se compra, a una libreta color bordó que para muchos, puede significar un giro de 180 grados y una salida de inigualable comparación.
La historia la protagoniza un joven muchacho argentino del año 2002. Todos conocemos alguno como él:

Mauricio es argentino. Vive en el barrio del Once. Está harto de su país, su situación, su entorno. Decide ponerse en campaña para conseguir la nacionalidad española. Sus averiguaciones indican que debe presentar la partida de nacimiento de su abuela, Naná, la que nació en aquel pueblito del sur de España, en una ciudad llamada Almería.
Naná es una inmigrante que reniega de su condición de europea natural. Viajó a la Argentina y allí se quedó. La mandaron sus padres con el fin de que encuentre trabajo y mande dinero para poder solventar los gastos de la familia. Le tocó a ella, por ser la mayor de 7 hermanos. Se fue dejando atrás una vida que nunca más le perteneció. Trabajó como cocinera durante muchos años. Envió el dinero que le correspondía pero cartas, no envió ninguna. Odió a sus padres hasta olvidarlos. Se casó con un porteño y tuvo dos hijos. Felipe, el padre de Mauricio, murió dos años atrás, argentino hasta la médula, sin nada que acredite su españolismo de sangre.
Mauricio viaja a Olavarría, ciudad pequeña donde vive Naná, y piensa en negativo. Su abuela es reticente y reservada, no lo va a ayudar. Pero se equivoca. Después de varios kilómetros y tazas de té, Naná accede. Le confiesa que quemó su pasaporte español pero que la partida la tiene. Le agarra la mano, la envuelve en las suyas, le clava la mirada y le dice hijo, prométeme que me vas a escribir. Hay un silencio corto e incomodo. Mauricio le quita la mirada y la esquiva buscando donde posar sus ojos. Naná le besa la frente, le suelta la mano, se seca una lágrima y le entrega el documento sagrado.
En Buenos Aires lee requisitos en letra chica, hace preguntas frecuentes, forma filas largas, marca sus huellas dactilares, peina su pelo para la foto, firma papeles, y espera a que lo llamen por su apellido. Finalmente lo consigue. En dos meses lo tenés pibe, le dice un hombre calvo detrás de la ventanilla. Y cuando sale del consulado camina como suspendido, ajeno a las vidas que se agitan dando pasos rapidos por la misma calle por la que el anda casi sin saberlo.
De vuelta en su casa, se sienta a la mesa y piensa que sí, que se va. Su madre lo felicita con un que bien nene, se te dio, y sigue cosiendo el vestidito de bautismo que le encargó la vecina del tercero. Ni un abrazo, ni una palmadita, ni una mirada. Mauricio siente un poco de culpa, pero la reivindica asegurándose un porvenir de holgados bolsillos en Europa que le va a permitir a la madre dejar de coser y a él sentirse un gran hijo mediante giros de dinero mensuales. La hermana llega en ese instante pero ni tiempo le da para soltarle una palabra porque dice hola y se encierra en su cuarto.
Pasados los dos meses Mauricio recibe el pasaporte bordó. Wow. Lo mira casi babeando. Parece un cura que quieto y callado mira la hostia consagrada en el momento de la eucaristía. Lo abre y observa su propia foto, su fecha de nacimiento, su nacionalidad. Reacciona a los pocos segundos, agarra su billetera y sale corriendo de su casa.
En la agencia de viajes una señorita le confirma el vuelo IB4302 para el viernes 17 de octubre del 2002, a las 22.15 horas con destino a Madrid, España. En ese breve enunciado Mauricio entra en estado de gracia y bruscamente inclina su cabeza sobre el escritorio y besa a la señorita en las dos mejillas. Sale a la calle con pasaje y pasaporte en mano. Le faltan 3 meses para viajar. Se pasan volando.
En Agosto colecciona guías turísticas de España y se aprende el mapa de memoria. En Septiembre se pone en contacto con el primo de un amigo que vive allá para que lo vaya orientando y para consultarle de los posibles trabajos en Madrid. En Octubre arma y desarma la valija todos los días. Su madre y su hermana siguen en la misma. La madre cosiendo en la cocina, la hermana encerrada en su cuarto. Cenan juntos pero casi ni nombran las palabras viaje, avión, España. Hasta que una vez la madre le habla de la vuelta y él se alivia pero después se pone nervioso, porque no sabe. Tiene pasaje de ida y listo. Entonces balbucea que vuelve, que no sabe cuando, que no saqué la vuelta porque era gastar mas guita, pero que todo depende de cómo me vaya allá, del trabajo que consiga, de cómo me sienta, que se yo. Y al sentir la fulminación de las miradas, traga y levanta la vista diciendo: Pero volver vuelvo, seguro. Sin precisar fecha.
La noche siguiente a esa cena Mauricio se acuesta y como siempre chequea debajo de su almohada. Palpa con la mano, palpa más, no, no puede ser. Se sienta, enciende el velador, levanta la almohada, abre los ojos grandes, saca la funda de la almohada, la agita, corre las sábanas, levanta el colchón, mira debajo de la cama, se para en seco. Hija de puta.
Llega a la cocina con la cara roja y las venas salidas y los dientes apretados. Dónde está mi pasaporte mamá. Y la mama se encoge de hombros, sigue cosiendo y dice que se yo Mauricio. Él se apoya sobre la mesa y tira el costurero al suelo. Caen agujas, alfileres, hilos y cintas. Mauricio alza la voz peguntando lo mismo. La madre le grita que está loco, que cómo puede, y no termina la frase porque se quiebra y llora y frunce los labios. La hermana sale del cuarto, también grita pero no llora. Lo insulta, le dice te cagás en todo, no tenés sentimientos, mirá como la dejaste a mamá, no tenés vergüenza, sos un forro Mauricio, morite. Y él no se calla, le dice pendeja de mierda, dejame ser feliz, no entendés nada, devolveme el pasaporte ya. Ella no le hace caso, está en cuclillas juntando los alfileres y agujas desparramadas. Él baja la voz y le dice: Catalina, devolveme el pasaporte o te mato. La madre, empapada en lagrimas, llora en silencio tapandose la cara con una mano. Catalina deja de juntar las cosas, lo mira desde abajo y espeta: Está en mi cuarto. Apoya el costurero en la mesa y se va de la casa cerrando de un portazo.
Mauricio entra a la habitacion de su hermana y se encuentra con los trozos de su pasaporte encima del edredón. Esta tijereteado, hecho pedazos, todas las partes esparcidas sobre la cama. Se queda duro, incredulo, blanco. Golpea la pared con el puño, se tambalea un portarretros por el golpe, cae al piso y se hace trizas. Mauricio, entre pedazos de vidrio y papel, maldice su vida miserable para sus adentros y moviendo los labios casi imperceptiblemente dice: la putisima madre que te parió.

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